29/8/06

Flashback (vol. 2)



1. Llego ahí, donde me dijo que me esperaría, pero no hay nadie. Espero unos minutos, y al fin viene llegando. Me alegro de que venga. Nos sentamos en una banca de la plazuela. Charlamos, hacemos planes, me cuenta de sus experiencias pasadas. Me habla de esto y de aquello. Yo escucho, atento, un poco nervioso. Le entrego mis fotos para la credencial de estudiante falsa que intentará sacarme, y nos vamos. Cuando nos despedimos, sonrío. Y me voy, contento.


2. Otra vez espero. Fumo un cigarro, veo a la gente, refugiada del intenso sol, ahí, al lado de la cabeza gigante de Miguel Hidalgo. Empiezo a darme cuenta que no suele ser muy puntual, pero no me importa. Yo soy paciente. Ahí viene, me saluda, se sienta conmigo. "¿Tienes mucho esperando?", pregunta. Yo le miento: "No, voy llegando". Nos vamos a esperar el camión a la esquina. Dice que tiene que contarme algo. "Es que fui con la muchacha que me va a hacer la credencial, y pues no quería y no quería, hasta que me preguntó que quién eras... Y, no te vayas a enojar, yo le dije que eras mi novio... Para convencerla". Yo sonrío. No, no me enoja. Para nada.

3. Llegamos a su casa, me quité la gorra y dejé por ahí mi mochila. Nos sentamos a comer, espagueti, hablamos, como siempre, de esto y de aquello, tan fácil, como si nada. No tenía nada en mente... Deseaba que uno de los dos empezara, pero no quería ser yo. ¿Qué tal si estaba malinterpretando? Dejé mi mente quieta... Y mis manos. Vimos una película, escuchamos música, me enseñó sus libros. Vi las fotos y los pósters pegados en sus paredes, y me fascinó. Llegó su papá, "Buenas tardes", saluda, medio sorprendido. Yo me despido. "Gracias por invitarme", le digo. "Gracias por venir", me dice.


4. Recibo su abrazo un poco desconcertado, más por la espontaneidad del gesto que por otra cosa. Es que yo siempre he sido así, como muy reservado, con todos. Hace calor, hay ruido, chamacos bailando, bebiendo, drogándose. Pero no me fijo en nada. Que nuestros compañeros se hayan ido, cada uno, y nosotros hayamos decidido quedarnos, los dos, por alguna razón, me hace sentir feliz. Me comparte su hielo para el calor. Me empuja, me sonríe. Cuando nos cansamos de aguantar el calor, nos vamos, sin saber muy bien a dónde. Me propone irnos por ahí, a distraernos. Yo le digo que no llevo dinero. Bueno, me acompaña a mi casa, caminando. Caminamos mucho, hablamos, nos contamos cosas. Nos sentamos en la jardinera cerca de la farmacia, y hablamos todavía más. Sabemos que la hora de despedirse se acerca, pero ninguno quiere que llegue, la ignoramos. "Quiero pedirte algo", me dice. "¿Qué?". "Un abrazo". Me levanto, gustoso, y enredo mis brazos en su cuello, aprieto, no muy fuerte, siento su calor. Y me gustó, aunque en ese momento no quise reconocerlo. "Vente conmigo, a mi casa", me pidió. Pero me faltaba el valor. Le dije que no. Y nos despedimos, y se fue en un taxi, a las 3 de la mañana, y me dejó ahí, deseando haberle dicho que Sí...

"Y así llegaste tú devolviéndome la fe...
Sin poemas y sin flores, con defectos, con errores...
Pero en pie..."

22/8/06

Amanecimos absueltos



Amanecimos absueltos de todo pecado. De todo recuerdo, de toda esperanza. Es probable que en toda la noche no hayamos deshecho el abrazo que nos mantenía juntos, fundidos en una sola sombra proyectada en la pared, llena de curvas, de líneas, de trazos hermosos. Todavía dormido, repartía ya besos en su espalda, en su cuello, y así me desperté, repartiéndole besos, sin saber dónde poner mis manos, ansiosas de recorrer el cuerpo que aman. No tardó en responder a mi llamado, y así, los dos, como en un sueño, con la vista borrosa, la sensación de irrealidad que te inunda, sintiéndolo todo en una dimensión distinta, comenzamos con el amor. Oímos a su padre irse, y seguimos, ya sin cuidarnos de los ruidos impropios que hacen las pieles cuando chocan, o la cama cuando se mueve, desesperada, también excitada, o los alientos que no pueden contenerse, y explotan en un grito ahogado, que no pudo ser frenado, que raspa la garganta.
Amanecimos absueltos de ideas de absurdas, y del tiempo que apremiaba, y del día, de la fecha, del mundo entero. Eramos, nada más, dos personas, dos seres humanos, reunidos en un mismo espacio, con dos cuerpos que se mueren por ser uno solo, que se meten uno dentro del otro y quieren quedarse así, hechos uno, enlazados por siempre y para siempre, para ya no sentir el dolor de la ausencia. Qué importaba lo que pasó, lo que pasará, qué importaba: Eramos los dos, estábamos ahí, nos amábamos. No pensamos en nada, estábamos absueltos, de toda culpa, de toda obligación, de toda expectativa. No existíamos para el mundo, y el mundo no existía para nosotros. Nosotros éramos el mundo, nuestro suelo azul, nuestra ventana abierta, nuestra luz cenicienta, nuestros ojos entrecerrados, nuestras pieles sudorosas, nuestras espaldas que se cansaban. Sus cabellos y los míos, sus brazos y los míos, sus piernas y las mías, ese era nuestro mundo. Nada más.
Amanecimos absueltos, pero ya entraba el día. El sol se elevaba, la casa se iluminaba, el calor arreciaba, y el reloj... Ah, el reloj, inclemente, no hacía un mínimo esfuerzo por detenerse. Su padre volverá en un rato, debemos lavarnos las huellas de nuestra pasión. Es lindo quedarse así, acostados, juntos, cuando el amor culmina, pegajosos, agitados, sonrientes, pero no siempre se puede. Esta vez no se puede. Llegarán visitas, habrá una reunión. Miro sus ojos con nostalgia, le pido un rato más, sé que es imposible. Aunque amanecimos absueltos, nuestra condena se acerca, nos ha recordado, viene arrastrando las cadenas que nos volverá a poner, del recato, de la discreción, del portarse bien, guardar apariencias, caer bien. Qué mierda. Ya viene, la siento.
-Andale, amorcito. Levántate.
-Ya voy, ya voy.
Y nos levantamos, y nos bañamos, y nos vestimos, apurados, para que no nos sorprendan corriendo desnudos por la casa, jugueteando. Habrá que esperar, a que caiga la noche, que los cuerpos descansen con el mismo amor con el que amanecieron, a ver si a la mañana siguiente, una vez más, el mundo se olvida de nosotros, y nosotros de él, y en el intervalo de la tregua, viene el amor, y lo inunda todo, todo.

(FIN)

12/8/06

Buenas noches


No voy a negarlo, ¿para qué? Los odio. A los dos. Y a todos los que son igual que ellos: chuecos, torcidos, pervertidos. Odio cuando llegan juntos, riéndose de alguna estupidez. Odio que se callan de repente cuando me ven sentado en la entrada de mi casa, han de creer que los estoy esperando, pendejos. Como si no pudiera sentarme aquí a pasar el calor, es mi puta casa, puedo hacer lo que me venga en gana. Pero mi hijo cree que no… ¡Que se chingue! Son ellos los que vienen acá, los que invaden mi lugar, los que ensucian con sus porquerías lo que yo construí con mis propias manos. Y ahora resulta que por más que me encabrone, no puedo decir nada. Vienen acá y se encierran en el cuarto hasta que me voy a acostar. El pendejito que trae me ve, y enseguida desvía la mirada el muy maricón, y apenas me saluda con un solemne “Buenas noches”. Cabrón, puto. Yo sólo murmuro algo, cualquier cosa. Antes le contestaba, pero me cansé. La primera vez que él me dirigió la palabra a mí, me sorprendió. Pero bueno, yo no tengo por qué estar hablando con maricones.

A veces los oigo desde la esquina, cuando llegan temprano. Vienen saludando a quienes se les atraviesan, orgullosos de andar por ahí exhibiéndose, como reinas del carnaval. No les preocupa que los vean llegar y entrar a mi casa. Los vecinos se han de hartar hablando de mí, de cómo permito que pase esto en mi casa, estoy seguro, pero eso a mi hijo le importa un carajo. Otras veces llegan más tarde, cuando las calles ya están vacías y yo ya estoy acostado, intentando dormir, soportando esta puta rodilla que no me deja en paz la culera, y soy yo el único que los tiene que aguantar. Aunque, lleguen temprano o tarde, a mí es al que peor le va. Aguanto sus murmullos, sus risitas bobas, los chasquidos de sus puercos besos, las luces que van encendiendo por toda la casa. Pero eso no les basta. No les basta venir acá y hacer un escándalo. ¡Ojalá! Yo no los veo, pero hacen tanto ruido que es imposible no escucharlos… Cuando se meten juntos a la regadera, cuando salen al baño a mitad de la noche… Y escucho también los asquerosos ruidos que salen del cuarto. La cama moviéndose, los gritos ahogados, los gemidos… Que Dios los perdone, a los pobres.

Y, a pesar de todo eso que me hacen soportar, son ellos los que se ofenden. Antes podía tolerarlo, cuando era nada más mi hijo. Lo vi venir siempre, pues. Que no estaba bien el chamaco. Pero ya es otra cosa muy distinta que traiga a otro joto a vivir a la casa. A casa. Y él no entiende. “Hazle como quieras”, me dice el hijo de su reputísima madre. Y me amenaza con irse… Dice que se quedan acá nada más para no dejarme solo, pero que si sigo “haciendo mis caras” –así me dice–, se van a ir. ¡Pues qué mejor, que se larguen…! Aunque bueno… pensándolo bien… Claro, me gustaría que se largaran y me dejaran de poner en vergüenza, pero por otro lado…

Es que yo estoy solo, pues. No tengo a nadie más. Mi mujer me dejó hace años, mis hijas mayores ya están casadas, y ni nietos tengo para traerme uno, pues las muchachas son “modernas e independientes” –mamonas, ¿entonces pa’qué chingados se casaron?–, y el otro es puñal, así que tal vez no viva para ver mis nietos. Fíjate, ni en eso pudo complacerme el cabrón de mi hijo. El apellido se perderá, se acabó, mi único hijo jamás me dará nietos. Qué mierda. Y además, odio a los animales tanto como a los maricas, así que no habría mucha diferencia entre los putos y un chucho o un perico. Bueno, sí: el animal no podría lavarme la ropa, ni hacer el aseo, ni prepararme la comida. Y yo ya estoy muy viejo, chingado. Aparte, mi hijo fue el único que se quedó, a pesar de todo… Yo hice lo que pude para que todos se largaran a la verga, y él se quedó, no sé por qué. Siempre se quedaba. Y pues… no está tan mal. Ya me acostumbré.

Tal vez tenga razón, hombre. No debería ponerme así. Su noviecito no es tan malo, después de todo. A veces me trae bolis de la tienda. En mi cumpleaños me regaló una cachucha. Me tiene tanto miedo que nunca me ha dado nada personalmente, todo lo manda con mi hijo… ¡Ja ja ja! Está bien, que me respete el cabrón. En todo el tiempo que lleva aquí –y ya es bastante…–, lo único que me ha dicho es “Buenas noches”. Tal vez tenga razón mi hijo y sea mejor callarme. ¿Qué me puede pasar? Es que no entiendes, pues, lo feo que es ponerse uno viejo y quedarse solo, solo… Viéndolo así, hasta un simple “Buenas noches” te alegra, un poco, el corazón… Aunque venga de un maricón… Bueno, algo es algo.

(FIN)

3/8/06

Trapped by love



"When you come I feelin' better

Sky is blue you say forever
Oh, oh... I’ve been trapped by love...
Then you go so change the weather
Sky is grey bit more than ever...
Oh Oh...
I’ve been trapped by love..."

Un poco más y se me olvida cómo es vivir enamorado.
Si hubiese pasado un poco más de tiempo, un par de días, o quizá unos meses, yo habría olvidado lo que es tener en la cabeza siempre un solo rostro, una sola voz, un par de ojos, y extrañarlos todo el tiempo, incluso cuando los tienes enfrente. Habría olvidado este cosquilleo que siento en las manos, en la boca, en la piel, que le da a uno cuando la persona amada no está cerca para recibir las caricias, los besos, los abrazos que te gustaría darle sin descanso.
Por eso le digo que no llegamos tarde ni temprano, sino en el momento preciso. Quizá si me hubiese conocido el año pasado le habría parecido un muchachito desubicado e inmaduro. No estoy diciendo que ahora esté ubicado y sea maduro, pues sigo siendo lo contrario, pero ya no lo demuestro tanto... No: ya no me da miedo serlo. Me esforzaba tanto por parecer ubicado y maduro, que en realidad no lo era.
Llegó a mi vida justo antes de que yo olvidara cómo se pone uno con canciones cursis ("...que cuando grito tu nombre siento envidia de mi voz"), y cómo se inventan claves que sólo los enamorados entienden. Casi se me olvida ese silencio dulce, suave, glorioso, de dos amantes abrazados, sintiéndose sin abrir la boca. Y lo que es quedarse con la mirada perdida, creyendo que, a lo lejos, puedes escuchar su voz llamándote, añorándote, deseándote, y dejas de ponerle atención al mundo, y te vale madre la injusticia, y el fraude, y el hambre, y la guerra... Y sabes, tienes la certeza, de que el mundo puede caerse en mil pedazos, y que no te importara, porque amas a alguien, y ese alguien te ama. Nada más.

· · ·

"Los terroristas se parecen entre sí: los terroristas de Estado, respetables hombres de gobierno, y los terroristas privados, que son locos sueltos o locos organizados desde los tiempos de la guerra fría contra el totalitarismo comunista. Y todos actúan en nombre de Dios, así se llame Dios o Alá o Jehová. ¿Hasta cuándo seguiremos ignorando que todos los terrorismos desprecian la vida humana y que todos se alimentan mutuamente? ¿No es evidente que en esta guerra entre Israel y Hezbollah son civiles, libaneses, palestinos, israelíes, quienes ponen los muertos? ¿No es evidente que las guerras de Afganistán y de Irak y las invasiones de Gaza y del Líbano son incubadoras del odio, que fabrican fanáticos en serie?

Somos la única especie animal especializada en exterminio mutuo. Destinamos 2 mil 500 millones de dólares, cada día, a los gastos militares. La miseria y la guerra son hijas del mismo papá: como algunos dioses crueles, come a los vivos y a los muertos. ¿Hasta cuándo seguiremos aceptando que este mundo enamorado de la muerte es nuestro único mundo posible?"

Eduardo Galeano (Uruguay)
(Para ver la nota completa haz clic aquí)