14/5/06

No ha pasado nada (Republicado)


-No te vayas a mover... Esto es más difícil de lo que parece...
-¿É dihiste?
-¿Eh? Nada... Tú tranquilo, no vayas a meter la lengua...

"Cómo se le ocurre al pendejo del Joselo dejarme solo... Bueno, ya, tranquilo, Román, que no se te salga otro comentario que demuestre tus nervios... Cálmate y ponte unos guantes". Román se lavó las manos y tomó una profunda bocanada de aire contanimado por el humo de tantos inciensos quemados. El muchachito no tendría más de dieciséis años, miraba con expresión asustada el cuartucho al que lo habían conducido, fijándose mucho en las persianas de la ventana y en la enorme televisión, de última generación, que no hacía juego con el suelo manchado y los colchones en el suelo, las cobijas viejas, el olor a podredumbre que se estancaba entre la mercancía del puesto, y apretaba los puños y se secaba con una servilleta la lengua, asqueado por el sabor de la xilocaína, escupiendo en el balde de basura. Mientras se ponía los guantes, Román notó el temblor de sus manos. "¡Mierda!", pero no podía hacer nada. Algún día tenía que aprender.

Abrió la jeringa que usaría para atravesar la lengua de su cliente, le repitió una vez más que no fuera a moverse, y vio como el muchacho cerraba los ojos. Él también temblaba, y las ligeras sacudidas de ambos, provocadas por sus mutuos miedos, hacían más difícil la labor. "Cuidado con las venas... cuidado con los nervios..." La mente de Román era una licuadora a punto del cortocircuito. La aguja vaciló entre sus dedos, y atravesó su objetivo en un segundo. Le siguió, de inmediato, un agudo chillido de dolor por parte del muchacho, y un abundante chorro de sangre que resbaló por su cuello y manchó las manos de Román en su camino hacia el suelo. "¡Mierda! ¡Mierda y más mierda!", pensó el joven, pero no pudo articular palabra, pensando en lo estúpido que sonaría un "Perdón", o un "¿Estás bien?", no había más vida para la lengua del adolescente intrépido, y en su lugar, una demanda, tal vez la cárcel, por no indagar en la edad del muchacho... Así que lo único que se le ocurrió fue: "Bien, si voy a ir a la cárcel, que sea por algo que siempre quise hacer y que valga la pena".

Junto al baño estaba la pequeña cocina del cuarto. Sobre la estufa, un enorme cuchillo de carnicero descansaba, y fue ésta el arma que alcanzó Román y, al ver cómo el muchacho se echaba al suelo, desangrándose y retorciéndose de dolor, miró el filo del arma y lo clavó, de un solo golpe, en la cabeza del pobre cliente que había acudido aquella tarde nada más para hacerse un arete nuevo qué presumir a sus amigos. Justo en el momento en que el cuerpo se estampaba en el piso, llegó Joselo, y se quedó mudo, mirando a Román, y el charco de sangre que se empezaba a formar.

-¿Qué hiciste, cabrón?
-Se estaba moviendo mucho, Joselo... Y empezó a gritar y a desangrarse...
-¿Y por qué chingados le enterraste el cuchillo en la cabeza, güey?
-No se me ocurrió en otro lugar... ¿Qué? ¿Se ve muy gacho?
-¡Cállate, imbécil!

Unos minutos de silencio. El Brujo, su jefe, llegaría en un par de horas, y los correría a los dos si se enteraba del incidente. Román seguía temblando, pero no había perdido la compostura.

-¿Qué hacemos?
-Pues... limpiar el desmadre, y deshacernos del cuerpo. Y que nadie se entere. Aquí no ha pasado nada...

(FIN)

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