
Una señora mayor, con el pelo teñido y una sudadera verde, aparece en la esquina y se interna en el parque. Camina rápido, sujetando con fuerza su bolso contra el pecho, se le nota que tiene prisa por llegar a casa, o será que son las once treinta de la noche y este parque tiene mala pinta. Miguel la sigue con la mirada. En tres minutos, cuando la señora mayor con sudadera verde haya atravesado el parque, él la tendrá a su alcance y esta vez tiene que hacerlo. Bastará con salir de pronto de entre las sombras, apuntarle con el arma -procurando disimular el temblor de su mano-, y decir una sencilla frase: Dame el dinero, vieja. Había pensado en no llamarla "vieja" -demasiado rudo-, sino "abuela", como los gringos. O anciana. O señito.
"¿Pero qué clase de asaltante soy?", se pregunta. Está aquí desde las nueve, y ha ido dejando pasar a todos los transeúntes sin amenazarlos, ni siquiera se deja ver. En el último segundo, se le ocurre que tal vez este joven va demasiado drogado como para asustarlo, o que aquella parejita sólo quiere un buen faje en un lugar oscuro (¿por qué molestarlos? No hay derecho...), o que la muchacha con el niño debe ser madre soltera y ha de estar igual de jodida que él. Miguel se responde: "Soy la clase de asaltante que no asalta a nadie porque la conciencia no me deja; porque haré el intento, como se lo prometí a mi cuñado -¡él sí que tiene talento para esto!-, pero sólo para convencerme de que esto del crimen no es lo mío, si hasta ahora he sobrevivido con mi mujer y mis tres hijos, puedo seguir haciéndolo, aunque sea vendiendo sodas en algún crucero, o limpiando parabrisas... pero ya ni eso deja, y los niños en la escuela, y los uniformes, los cuadernos... y ya va a ser fin de mes y debo seis meses de renta, don José me dijo que era la última oportunidad que me daba... ¿Y qué puedo hacer? No me dieron clases de esto en la universidad, me dijeron que con buena ortografía y sonrisa amable las puertas del mundo se me abrirían, y aquí estoy... licenciatura en robo, eso debí estudiar..."
Miguel toma un último aliento y emerge de las sombras, apuntándole a la señora mayor con sudadera verde, quien lo mira sorprendida.
-Dame el dinero, anciana.
Pero la anciana no suelta su bolso. Se queda paralizada.
-¿No oíste? ¡La bolsa!
Miguel se pone aún más nervioso, y temblando, se acerca un sólo paso a la señora. Ella, horrorizada, hace lo que le dijo su marido: saca de su bolso un revólver, y apuntando hacia enfrente jala del gatillo. Miguel se desploma, y su frente se estrella contra el césped húmedo. La señora guarda el revólver y sigue caminando, apurada.
(FIN)
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