
Faltan todavía unas cuantas horas para que amanezca. Ramiro escucha la respiración tranquila de su mujer y se alegra de que el sueño le haya quitado las preocupaciones: su rostro luce sereno, relajado, no como en el día. Tal vez no le perdone la mentira, pero es más fácil así, jamás ha sido bueno para las despedidas. Se levanta con cuidado, tratando de no hacer ruido. Se pone la ropa, un sombrero, una chamarra, las botas. Viaja ligero, sólo una mochila con algo de ropa, agua y comida. El corazón se le encoge, no sabe si de tristeza o de nervios, cuando, ya en la puerta del cuarto, echa un último vistazo a lo que fue su vida. Pero él confía en que ha tomado la mejor decisión. Por ellos... Por ellos...
(...)
Sostiene el papel doblado con una mano, y con la otra recorre su propio rostro, presa de la angustia. La tierra no está dando como antes, la austeridad está llegando al punto crítico, hasta su palabra de hombre está perdiendo valor. Se le han terminado los amigos, no tiene a quién más recurrir, sabe que nadie más va a prestarle dinero, porque es por todos sabido que Ramiro no puede ya pagar sus deudas. Su mujer se acerca en silencio.
-¿Cómo sigue?
-Todavía no se le baja la calentura... ¿qué vamos a hacer, Ramiro?
Ramiro resopla, desdobla el papel y mira el presupuesto que el doctor les hizo para las medicinas de su hijo. A pesar de los descuentos, la cifra es gruesa. Como se le acabaron las opciones, decide que tiene que hacer lo que había evitado a toda costa.
-Mañana voy a pedir un préstamo al banco.
No hay de otra.
(...)
La sensación de que los días son réplicas unos de otros le impiden recordar si el sol que cae en el horizonte es el quinto, o el noveno, o el vigésimo. Su compañero se quedó dormido en una esquina, entre varias cajar grandes de madera, y Ramiro nota que su sueño es muy distinto al que vio en su mujer aquella lejana noche. Es un sueño que no deja descansar, no tanto por los bruscos movimientos del tren, sino por el mismo cansancio, que de tan intenso ya se volvió inmune, y por el miedo, y por la nostalgia. Sentado en la puerta del vagón, recargado en unos costales de azúcar, Ramiro tiene fija su mirada en el sur, y ve cómo se va alejando más, y más, y más, de su única realidad. A su mujer le costó trabajo entender que no se iba por gusto, o por aventura. La había tenido que obligar a comprenderlo... sólo esperaba que un día lo perdonaran por haberse ido.
(...)
"¿Esto es todo?" Se pregunta Ramiro. Los niños, sentados en el suelo, le echan miradas cuestionándolo. La televisión muestra sólo la guerra de los puntos negros contra los blancos: apenas capta la señal. En un canal hay un documental de la Guerra Fría, y en otro un programa de chismes que nadie entiendde porque ni su mujer, ni sus hijos, ni él, saben quién carajos es Niurka. Ramirito pregunta que si pueden irse a jugar. Él lo observa con cuidado, ya bien repuesto de su salud, y con el control en la mano les da la aprobación para que se retiren. Luego mira la TV con odio. ¿Para qué me endeudé? Al menos, la cama matrimonial sí tendrá un uso práctico, piensa, clavándole una mirada de deseo a su mujer, quien de inmediato la capta y empieza a correr hacia la recámara. Gracias, banco.
(...)
La botella vacía descansa sobre la mesa, pero sólo por un instante, hasta que el mesero trae el relevo, y Ramiro vuelve a empinársela. Esta noche ya no le quedan lágrimas para llorar. Ha pasado más de un año desde que abandonó a su familia por ir en busca de un sueño imposible. Llegó a la frontera, pero el muro resultó ser impenetrable. No consiguió cruzar, ni la primera, ni la segunda, ni la tercera vez. A la sexta se dio por vencido y se quedó con su trabajo en la constructora. Es día de sueldo, y vino al bar para decidirse de una vez. Y lo ha decidido. Si regresa, su mujer lo recibirá con rencor, y sus hijos verán en él la personificación misma del fracaso, y le perderán el respeto... Además, qué cara va a dar después de haberse ido así, como se fue. Si hubiese conseguido traspasar la frontera, el éxito habría sido una formidable máscara para dar en casa... Por eso decidió no regresar. Ramiro se empina la cerveza. Se equivocó: todavía le quedaban unas pocas lágrimas.
(...)
Primero se llevaron la TV, y luego fueron desmantelando la casa hasta dejarlos en la calle sin nada. Ramiro intentó de todo, pero nada funcionó. Vivían en casa de su cuñadp cuando se le ocurrió irse al otro lado. Salió con cuidado por la puerta del patio, tratando de no despertar a nadie para no despedirse. Pero Ramirito tenía el sueño ligero y lo sorprendió.
-¿A dónde vas, papi?
-Váyase a dormir, mijo.
-¿Vas a volver?
-Sí, mijo, volveré. Váyase a dormir, ándele.
Su hijo regresa a la cama, confiado de la promesa de su padre, mientras él comienza un camino que no tiene retorno, sin saberlo.