16/5/14

Doña Nostalgia

Mi hermana y yo, esperando el trolebús en Eje Central

-Buenas, joven.
-Buenas, señora. ¿Dígame?
-Pues nada, ya vine a visitarte.

En otros tiempos, la hubiera dejado pasar a regañadientes, inquieto por su visita, deseando que termine pronto, distraerme en otra cosa y que doña Nostalgia se canse de andar por ahí, hablando de tiempos pasados, contándome sus historias favoritas, de cuando yo era niño, cuando éramos jóvenes y no teníamos nada qué perder. La hubiera mirado de reojo mientras trabajaba, o mientras comía, o mientras me bañaba, haciendo como que la escucho, en ocasiones, distrayéndome con sus palabras, viajando hacia los lugares que describe, reviviendo esos anhelos, esas emociones, tan nítidamente que me espantaba sentirlo, algo que ya había dejado atrás, volver a vivirlo, qué angustia, pero aunque me atormentara, la dejaría hablar, y le pediría que se estuviera otro ratito más, hablándome de los buenos tiempos, con su voz ronca, pausada, y su mirada perdida, llena de recuerdos.

-¿No me invitas a pasar?
-Claro, pásele por favor, póngase cómoda.

Esta vez, la recibí con una sonrisa. La hice pasar, le ofrecí un asiento, me senté junto a ella, mirando sus canas, sus arrugas, sus manos firmes y seguras haciendo gestos amplios en el aire mientras me hablaba de lo bien que la pasaba con mi hermana, lo mucho que nos reíamos, la primera vez que la vi, en su cuna, envuelta en mantas rosas, la cabeza negra, llena de pelo, y su fragilidad de bebé. "Ese día te convertiste en el hermano mayor que nunca has dejado de ser", me dijo doña Nostalgia, que me conoce tan bien, mejor que yo mismo.

-¿Gusta un cafecito, señora?
-Ay, qué amable eres. Ándale pues.

Le gusta el café negro, bien cargado, y mientras lo bebía sin prisas, disfrutando cada sorbo, continuaba su relato, por momentos sus ojos brillaban y me recordaban a los de mi hermana, a los míos, cuando éramos más jóvenes, tantas angustias, tantas esperanzas y tantos buenos momentos. Yo la miraba extasiado, por primera vez en muchos, muchos años, estaba disfrutando su charla y su compañía. La escuchaba con atención, le pedía más detalles, "¿Te acuerdas lo bonita que se veía con ese vestido de frutas? ¿Lo mucho que te angustiaste cuando le dio apendicitis el día de su cumpleaños? ¿Lo mucho que sufriste cuando la viste recuperándose en la cama del hospital, tan niña, tan frágil?". Sí, yo me acordaba. Y sonreíamos con complicidad.

-Bueno joven, ya se hace tarde. Me voy.
-¿Cómo? ¿Tan rápido?

En otras ocasiones, ni se había despedido. O más bien, yo simplemente no me había dado cuenta de que se iba, nada más la ignoraba, hasta que se cansaba de murmurar sus historias por los rincones y se marchaba. Pero esta vez, le retiré su taza de café, la ayudé a ponerse en pie, le di un abrazo cariñoso y un beso en la frente. "Váyase con cuidado, señora".

No dijo más nada. Sólo atravesó la puerta y se fue, sin mirar atrás, con su paso lento, pausado. Yo me quedé ahí, parado en el umbral, viendo cómo se alejaba, no podía quitarme la sonrisa de la cara. Me quedé mirando hasta que su figura encorvada y dulce, pero fuerte y decidida, se perdió de vista, como si se hubiera evaporado en el aire.

Hasta la próxima, doña Nostalgia. Aquí la espero cuando guste.

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