1. Computadora nueva con mejor rendimiento y un software impresionante para la creación de videos, que es lo que siempre había deseado. La presentación de nuestro primer trabajo a nuestros primeros clientes de HoneycombMx siendo todo un éxito, con aplausos y toda la cosa, y sonrisas de oreja a oreja de nuestro (grandioso) equipo. Videos, videos y más videos por hacer. Trabajo que no acaba de acabarse cuando ni siquiera ha empezado. Mucha suerte, mucha capacidad, mucho gusto. Ese soy yo. O al menos, uno de los yos: el que disfruta editando videos, creando contenidos, desarrollando estrategias de mercado, iniciando proyectos. Pensando en dinero, pero no nada más en eso.
2. El seminario del PUEG con Parrini dándome su opinión personal sobre mi trabajo, y algunas recomendaciones. Revistas y textos que siguen llegando a mis manos como por arte de magia. Un hermano que inicia la misma travesía en la que me he atorado. Compañeros de generación recibiendo sus diplomas por haber concluído sus estudios, después del infierno de la tesis. Ideas, recomendaciones, lecturas que no terminan, procedentes de los lugares más insospechados. El encuentro con Pablo Castro en la micro una noche que iba a Coyoacán, preguntándome qué he pensado del posgrado y recomendándome algunos. Tesis, tesis, tesis, estúpida tesis, no puedo escapar de ti, sólo hay una forma para vencerte, y es escribiéndote. No me vas a ganar. Ese también soy yo. Otro de los yos: el que soñaba con convertirse en un buen antropólogo, hacer estudios de campo, análisis, videos etnográficos, investigación, posgrados. El que se me está perdiendo en el remolino de todo lo demás que quiero ser y que no puedo. Porque la Tierra gira y gira, y el tiempo se consume sin remedio. ¿Por qué tengo que dividirme así?
21/10/12
Dos yos
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8/10/12
Opresión
Definitivamente soy mi peor enemigo. Mis miedos, mis preocupaciones, mis deseos... La vida es tan simple. Personas van y vienen, se acercan y se alejan, nos involucran y después nos expulsan, y así es, no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. La vida es corta, el mundo es injusto, la sociedad es una basura, el poder destruye todo a su paso... Pero así es el mundo en el que vivimos. Será muy difícil, sino imposible, cambiarlo.
Una vez escuché que siempre que pienses que tu vida es demasiado complicada y que sufres mucho, lo único que tienes que hacer es recordar que eres un simio parlachín viajando por el espacio en una roca flotante. Visto así, no suena tan terrible. Al contrario, hasta te hace pensar en la suerte que has tenido. De que un montón de partículas que se originaron hace miles de millones de años en una explosión que ni Hollywood se puede imaginar, lograron sobrevivir al tiempo y al espacio hasta darte la forma que ahora tienes, plantando en ti todo tipo de sueños, esperanzas y preocupaciones que, al final de tus días, no valdrán de nada.
Y sin embargo, es difícil dejar de sentirse oprimido. Por las decisiones que tomamos o tomaremos. Eso es quizá porque nos movemos en un tiempo unidireccional. No hay forma de volver atrás. No hay manera de desandar los pasos andados. Y así avanzando el reloj de arena de nuestra existencia se va consumiendo, consumiendo, consumiendo... Se nos apaga la vela, se nos termina la hoja. Tiene que causar algo de angustia, por más relajados y valemadristas que seamos.
Pero eso mismo nos puede ayudar a la inminente resignación. De que las cosas son (fueron, serán) así y no de otro modo. De que las decisiones que tomamos nos han traído a este lugar en e que estamos, y las decisiones que tomaremos nos pueden alejar también de acá, si es que no nos gusta el lugar en el que estamos. Es un poco indescifrable a dónde nos pueden llevar las decisiones futuras. Como nos pueden salir las cosas bien, nos pueden salir peor. Pero también así es la vida.
Y todo esto provoca esa opresión. Sobre nosotros mismos, sobre nuestras pobres, tenues y fugaces existencias.
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1/10/12
Las cosas
Recuerdo desde muy niño haber tenido una relación muy especial con las cosas. Me gustaba tener cosas, en especial, videojuegos y juguetes. No para presumir, ni para sentirme superior a nadie. Más bien al revés. Me gustaba que otras personas se beneficiaran de lo que yo tenía. Me gustaba compartir lo que era mío con personas que no podían tener esas cosas. O simplemente, jugar, disfrutarlas.
En Tijuana cada domingo íbamos al sobreruedas. Mis puestos favoritos eran los de juguetes usados. Había de todo, y muy baratos. Así me hice una colección enorme de figuras de acción que poco a poco fui perdiendo. Ahora valdrían una fortuna. Tenía un hombre mosca, como el que salía en las Tortugas Ninja (mi serie de dibujos animados favorita de aquellos tiempos), y lo llevaba para todos lados. Me lo llevé a Mazatlán y un fatídico día fuimos a visitar a mi abuelo a El Castillo, y mi mamá me dejó irme hincado para poder sacar la mano por la ventana y jugar que mi hombre mosca volaba. Hasta que se me resbaló y lo perdí para siempre. Fue culpa de mi mamá.
Recuerdo haber tenido un MegaZord armable, pero el original, nada de las nuevas generaciones de Power Rangers en el espacio y esa basura. También recuerdo que una vez, mis mejores amigos de esa edad se fueron a dormir a mi casa, un día que había que cambiar el horario a las 2 de la mañana. No sé si había una razón en especial pero sabía que mi papá me llevaría Mortal Kombat 3 de SuperNES, y nos quedamos toda la noche esperándolo y cuando llegó, jugamos casi hasta el amanecer. Al fin y al cabo era domingo.
Fui creciendo y me fui especializando en videojuegos. NES fue la primer consola que tuve, después SuperNES, llegué a tener unos 20 títulos diferentes, lo cual era bastante para un niño de 8 o 9 años. Luego un Nintendo 64, a pesar del arribo de nuevas y más poderosas consolas, me mantuve fiel a Nintendo. Tuve un GameCube a pesar de las críticas, y hubiese tenido un Wii de no haber sido porque tuve que empezar a ganar mi propio dinero y ya no me alcanzó para comprarlo.
También fui de los primeros vecinos y amigos de la escuela que tuve una computadora. Siempre me gustó la tecnología. Recuerdo que era una Compaq Presario con un monitor enorme. Después compré (me compraron) otras mejores, armadas... Le ayudaba a mi tía a escribir sus informes del servicio social, y a mi abuelo a transcribir sus recortes de periódico (¿?), y a mi familia a descargar y quemar música... Todo eso de forma autodidacta, tal vez tomé un curso de verano de computación que me sirvió para un carajo, todo lo demás lo aprendí por mí mismo.
Lo que quiero decir es que siempre me ha gustado tener cosas, pero no cualquier cosa. Cosas que sirven, que tienen una utilidad y que me ayudan a aprender y a crecer. No las tengo para creerme mejor, o para presumir... Las tengo porque me sirven, porque me gustan o porque creo que les podría sacar algún provecho.
Y ya. Esa es mi historia con las cosas.
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