22/3/10

Bala perdida


[El bloque de búsqueda del coronel Martínez celebra sobre el cuerpo de Pablo Escobar el 2 de diciembre de 1993. Fotografía del agente de la DEA Steve Murphy - Vista en el Flickr de andy z, quien la vio en Rotten.com]

Esta mañana, Barbara despertó y dijo, Basta ya de lamentarme. Se ha puesto un pantalón blanco y una blusa negra, ha tomado una ducha de agua fría y, mirándose la barriga hinchada, temiendo reventar, al sentir la patadita de la nena se le ha llenado la cara de dicha. Tuvo que sentarse en el piso del baño a llorar otra vez, pero ya no de culpa y de terror, por haber sido tan irresponsable, dejar la escuela a menos de un año de titularse, ver en la cara de sus padres la decepción y el desprecio, recordar las palabras de Fausto, No estoy listo, y nunca más saber de él. Esta mañana, Barbara se ha levantado convencida de que todo irá bien, por eso llora, por no haber disfrutado los últimos ocho meses, en vez de acudir al ginecólogo y querer preguntarle si conoce una clínica de abortos, sin atreverse nunca, pudo haber mirado los ultrasonidos y sentirse emocionada de formar en su interior una nueva vida, que es lo mismo que una nueva oportunidad, para ella y para alguien más.

Quizá es muy tarde para avisar a sus amigas que siempre sí habrá baby shower. No esperará que nadie venga, con un cambio de actitud así, cualquier se sorprendería. Ha decidido gastarse el cheque por incapacidad que le dieron en el trabajo en ropa para su hija. Toma un taxi sin mucha dificultad, es lo bueno de estar embarazada, el mundo se vuelve más amable, más cariñoso, cualquier hijo de vecino que la ve en la parada del camión le ofrece un lugar para esperar en la sombra, un trago de agua, le acaricia el vientre suspirando, le cede el taxi que viene. Lástima haber valorado todo esto hasta ahora, pero no importa, nunca es tarde para empezar, menos para ella. El taxista sólo la baja unas cuantas cuadras, con este calor está imposible caminar, y para su sorpresa, cuando le pregunta cuánto es, el conductor del vehículo le dice que Nada, así está bien, señora, y le mira, sonriente, el bulto debajo de la blusa. Barbara le agradece y sale del taxi lo más rápido que puede, entra en la tienda y se refugia del infierno del exterior en el aire acondicionado del local de ropa para bebés.

La encargada se le acerca maravillada, Ay mira que enorme pansa, felicidades, y le da un abrazo. El mundo percibe su cambio de actitud de Barbara, ya no lleva el ceño fruncido o la cara sombría, ahora irradia esperanza y calma, como toda futura madre entusiasta, y la gente no tiene miedo de acercarse y llenarla de mimos. Qué va a ser, niño o niña, le pregunta la encargada, y Barbara responde, Nena, mientras se deja dirigir a la parte rosa del local, justo frente al aparador que da a la calle. Le enseña un vestidito, dos, tres, Barbara quiere comprarlo todo, se muere por ver a su nena en cada trajecito rosa, amarillo, con osos o con conejos, con flores o con abejas. Ríe, siente ganas de llorar otra vez, lo que no daría por que su madre estuviera aquí con ella, quién necesita a Fausto, ese cabrón.

El cristal del aparador estalla en mil pedazos y lo primero que Barbara escucha son las llantas de las camionetas, enormes y negras, patinando tratando de escapar de sus atacantes, otras camionetas, blancas y rojas, que van detrás a toda velocidad, tirando balas. Muy atrás, las sirenas de la policía. Luego sintió las pequeñas heridas en la cara, de los pedazos de vidrio que habían volado por todas partes. La encarga de la tienda, horrorizada, gritaba, Auxilio, auxilio, una ambulancia, mientras salía corriendo a la calle, parecía ilesa. Por último, una fuerte punzada en el abdomen. Súbitamente baja la vista, su blusa negra está húmeda, más negra todavía, y su pantalón blanco está lleno de sangre. No, iba a empezar a lamentarse, se lleva una mano al vientre, No por favor, murmura, no siente dolor, sólo puede pensar en la nena, Mi nena, exhala por última vez, y cae para siempre, sujetándose la barriga, pensando, ingenuamente, no lastimar a la niña al caer al piso.

[FIN]

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[Inspirado por "En el paralelo 23º", de Freddy]

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Más información:

7/3/10

Dios te salve [parte dos]


[Fuente original de la imagen]

2.

Esto de los celulares es una verdadera maravilla. Le permiten mirar, una y otra vez, como si el tiempo no fuera más que una broma de mal gusto, al nuevo recluta en la ducha, en la cama, paseándose por la habitación del hotel desnudo, asomándose al balcón, susurrándole suciedades, con esos ojos grandes y esos labios rojos, tan joven, tan inocente, tan incrédulo. Está en juego la salvación de tu alma, le decía, purifícate, mientras le dirigía la mano a su entrepierna. Se estaba poniendo duro, cosa que, a su edad, ya le costaba más trabajo, pero este jovencito no necesitaba tal esfuerzo, cuando abrieron la puerta del despacho de golpe, el padre Tomás sabe que no debe hacer eso, pero, o le importa un bledo, o es excesivamente torpe, o las dos cosas. Disculpe mi insensatez, monseñor, le dice, nervioso, sin saber dónde poner los ojos, Qué quieres, Tomás, habla, El... el... el muchacho... está aquí...

Bendito sea, murmuró Ramón, que en esta sacrosanta institución, y más bien en el mundo entero excepto en casa de la madre de sus hijos, era mejor conocido por su verdadero nombre seguido del tratamiento, padre Miguel, Hazlo pasar, qué esperas. El padre Tomás sale corriendo del despacho, se persigna y reza luego de cerrar la puerta, sabe, en el fondo de su corazón, que arderá por siempre jamás en el fuego del infierno, qué saca él de esto, qué gana, si ya ni siquiera se lo cogen, ahora que ha envejecido, llegar a los 26 no le ha sentado nada bien. Adopta una postura totalmente distinta mientras baja por las escaleras de caracol hacía el patio de la iglesia, de una solemnidad autoritaria, juntas las manos, sereno el semblante, llama con un grito al muchacho y le hace una señal para que se acerque, hará bien irlo preparando para lo que le espera, le pone una mano en la cabeza, realmente es hermoso, sólo 15 años, alto, moreno, robusto, ojos brillantes, abundante cabellera, es perfecto, la bondad pura, Hijo mío, le dice, el padre Miguel va a recibirte, has tenido mucha, mucha suerte, te has ganado el cielo, le dice, mientras suben las escaleras, el padre Tomás, como si fuese la cosa más natural del mundo, lo lleva tomado de las nalgas, mientras el pobre muchacho tiembla de miedo.

El padre Miguel no puede esconder la emoción cuando lo mira en el umbral del despacho, ahí, de pie, vestido con unos harapos, limpios, pero siguen harapos, el pelo alborotado, la piel lampiña, es un ángel del señor, no hay duda. Pasa, hijo, pasa, le dice, y el muchacho da unos pasos inseguros, Te han dado de comer, Sí señor, responde, agachando la cabeza, Y qué tal, Muy rico señor, le han dicho que así debe dirigirse a este hombre, que es un santo, con respeto y sin cuestionarlo, así le hubiesen dado de comer mierda, que entre eso y lo que le espera, no hay gran diferencia. Tienes miedo, le pregunta el padre Miguel, No señor, responde el muchacho, pero la voz lo delata, las manos sudorosas, las rodillas a punto de venirse abajo con todo y cuerpo, Padre nuestro, que estás en el cielo, empieza a rezar el muchacho en su cabeza, pero no le alcanza el tiempo, el padre Tomás ha salido del despacho ante un gesto del padre Miguel, y ha cerrado la puerta, con órdenes de no molestar. Bueno, criatura, le dice el padre, qué esperas, quítate la ropa.

3.

Dios te salve maría llena eres de gracia el señor es contigo bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre jesús, dios te salve maría llena eres de gracia el señor es contigo bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre jesús, dios te salve maría... El padre Miguel reza frente un altar improvisado en la mesita de noche de la habitación del hotel, donde ha adoptado la identidad de su alter ego, el doctor Ramón González. Ha sido un día duro, sobre todo para Omarcito, que se lo ha tenido que pasar encerrado hasta hace dos horas, cuando por fin llegó su padre para llevarlo a dar un paseo. Cenaron hamburguesas, que no son muy diferentes a las de México, Para eso he venido, se lamentaba el niño, en su cabeza, por su puesto, su madre no ha parado de decirle que sea agradecido y amable, pues su papá lo único que quiere es su bien, Julio tenía razón, no hubiera venido, piensa, mientras se da un baño de burbujas en el jacuzzi y juega con un barco en miniatura que trajo con sus juguetes.

Y bendito es el fruto de tu vientre jesús, recita Ramón, ha terminado el rosario, ahora puede ponerse de pie, apagar las velas, y prepararse, que para eso ha venido. Siente que va a eyacular de sólo pensarlo, pero se contiene, respira, no puede arruinar el momento, siete largos años, desde que lo tomó en sus brazos el día que nació, salido de esa sucia cavidad femenina, fantaseó con este día. A Julio lo había tomado de 9 años, hace ya dos, y no había sido sencillo, pero Omarcito era dócil, y frágil, sus tiernos siete añitos no representarían mucha resistencia. Respiró una vez más, Alabado sea el señor, pensó, y se metió en el baño, ya sin ropa.

[FIN]

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[Primera parte]
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Más información:

5/3/10

Dios te salve [parte uno]


[Miguel Ángel. La Sagrada Familia con el infante San Juan Bautista. c. 1503-05/ Fuente original]

1.

Antes de la cena, oraban, y se comía rápido y en silencio. Su marido siempre había sido un hombre muy religioso, desde que lo conoció en un parque, casi una década atrás. Sus canas plateadas y finas, sus facciones amables y serias, sus ademanes elegantes, su inteligencia abrumadora: características suficientes para cautivar a una muchacha de 18 años y convencerla de formar una familia sui generis, con 35 años de diferencia. Casémonos, le decía ella al principio, pero él no cambiaba de opinión, Para qué, si dios sabe que nos amamos. Hace mucho que dejó de insistir. Ramón, ay Ramón, a pesar de sus ausencias prolongadas, del relativo abandono en que los tenía, a ella y a los hijos, de los secretos y las mentiras, ella no podía olvidar que lo amaba, como se ama el aire o el agua, que sabemos que, sin ellos, no podríamos vivir.

Los niños se ponían contentos cuando su padre llegaba de sus viajes. Pasaba cuatro, cinco días, una semana a lo mucho, llevándolos de paseo, comprándoles regalos, mimándolos hasta el cansancio, y los niños no podían estar más agradecidos y felices. Sólo Julio, el mayor, que al ir creciendo se había vuelto más callado, más nervioso, pero los juguetes y dulces de su padre no tardaban en devolverle la sonrisa al rostro. Así son los niños.

Tengo un anuncio que hacer, dijo Ramón, después de persignarse, cuando todos habían terminado la cena. Voy a Europa, de negocios, y me llevo a Omarcito. El niño sintió que volaba, a sus tiernos siete años, no sabía dónde era Europa, pero le encantaban los viajes. La madre se entusiasmó, el padre los abrazó, pero a Julio le sudaron las manos y se le encogió el estómago. Él todavía recordaba el viaje al que había ido con su padre, a Colombia. Cómo olvidarlo.

Ya en su habitación, a punto de dormir, Omarcito planeaba qué juguetes se llevaría al viaje, su oso de peluche no podía faltar, el carro de carreras, el videojuego. Julio, irritado, le ordenó que se callara, que se metiera de una vez a la cama. Su hermano obedeció. Se quedaron los dos, en silencio, cada uno en su cama, Omarcito arriba, Julio abajo, mirando por la ventana, esperando, cerca de una hora, y entonces Julio dijo, No vayas. Qué, preguntó Omarcito, No vayas al viaje, repitió Julio en un susurro. Por qué, Por favor, te pido que no vayas. Omarcito se quedó muy quieto, callado. Luego se dio la vuelta hacia la pared, Tienes envidia, y se durmió.

(...)

Raras veces hacían el amor, y cuando Laura lograba convencer a Ramón, tenía que aguantar que la penetrara por el ano. No le desagradaba del todo, pero llegaba un punto en que estaba cansada, se le llenaba la cabeza de ideas disparatadas, Por qué le gusta así, pero no decía nada. Él era tan bueno, mejor no pelear, que nunca está aquí y yo haciendo escándalo por nada. Laura se puso boca abajo, metió la cabeza en la almohada y dejó que el marido, le gustaba decirle marido, o esposo, aunque no estuvieran casados y supiera que nunca lo iban a estar, dejó que el marido, decíamos, se sirviera a su antojo. Él volvió a persignarse, susurró Amén, y empezó. Ella gimió un poco, pero no llegó al orgasmo. Ramón sí, Bendito sea, dijo cuando acabó. Luego se tumbó en el colchón y se quedó dormido. Laura se quedó despierta un rato, mirándolo. No sabía cómo se había enamorado así. Luego de un rato, el teléfono móvil de Ramón vibró en el tocador, y estaba a punto de caerse, cuando Laura lo cogió y, sin pensar, contestó. Sí bueno, Padre Miguel, preguntaron del otro lado, No, se equivocó señor, Virgen santísima... perdón, Ramón González, busco a Ramón González. Laura iba a decir que estaba dormido, pero eso hubiera sido una mentira, Ramón ya tenía los ojos abiertos y puestos en Laura, que sólo atinó a decir, Un momento, por favor. Le pasó el teléfono a su esposo, él se lo quitó con violencia, Por qué contestaste, reclamó, se puso de pie y, desnudo, salió de la recámara para tomar la llamada. Laura sólo alcanzó a escuchar un Te he dicho que no llames aquí, mientras Ramón cerraba la puerta tras él.

[CONTINÚA]

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[Segunda parte]
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