
Parece que dan vueltas sin sentido, que nadie va a ninguna parte, sólo son cuerpos errantes sin rumbo ni dirección, andan de aquí para allá, buscando Dios sabe qué, mirándose unos a otros, reconociéndose, varios ya se han visto durante estas inservibles caminatas, pero no se saludan, sólo sostienen la mirada del otro por unos segundos más, ambos piensan "Yo a ti te he visto", pero callan, de qué vale verlos, hablarles, saludarles. De nada. Vicente se ha unido al río de gente que fluye por las calles el dentro; él, al menos, sí lleva una dirección, o eso aparenta, camina por aquí, tuerce a la izquierda en una esquina, cruza la calle con seguridad, parece que tiene bien claro a dónde va y de dónde viene, nosotros lo ignoramos, sólo lo vemos caminando con prisa, respirando con dificultad, mirando al suelo mientras se fuma un cigarro. Va distraído, apenas hace algo por esquivar a la gente que se le atraviesa, él no los mira, sabe lo inútil que es reconocerlos, a lo lejos escucha música, una canción cualquiera, de esas que están de moda, ve las bocinas, ve la botarga ridícula del doctor Simi bailando al compás de los sonidos, un baile frenético, desquiciado, de repente se detiene, sus grandes ojos fijos parecen mirar y saludar a algún niño que pasa, el niño lo mira asustado y se aferra a su madre, la sonrisa eterna del doctor Simi no se borra, y sigue bailando, moviendo la cabeza, los brazos, la cintura, sin control, como loco. Vicente tiene que bajarse de la banqueta para esquivar a la botarga maniática, pero el doctor Simi da un sorpresivo giro, extiende los codos al azar, hubieran golpeado el aire nada más si la cabeza de Vicente no se hubiera atravesado, todos tenemos un punto débil, un talón de Aquiles, como dicen, también el cráneo, posee un lugar que no protege bien la masa encefálica, aquí, justo aquí, se impactó el codo del ilustre doctor, no fue culpa de nadie, fue un descuido, por decirlo así, pero Vicente ya no sabe de estas cosas, las convulsiones se detuvieron, el derrame cerebral fue instantáneo, el corazón no recibe ya la orden de latir, y, exhausto, se detiene a descansar.
(FIN)
#16: "Fallas mecánicas en una rampa"

Eleazar parece amo y señor de la casa, ha puesto su asquerosa música a todo volumen y se ha sentado en la sala común, solo, bebiendo una cerveza. Vicente apenas puede concentrarse en la lectura, ya sabemos por qué odia tanto a este vecino en particular, a los demás ni los ve, pero un eructo fuerte y sonoro de Eleazar es la gota que derrama el vaso, es de hombres eructar, no tiene nada de malo, Vicente lo ha hecho, pero en Eleazar sí le molesta, "Imbécil", piensa, mientras cierra el libro, "ojalá te mueras". Su teléfono suena, le han enviado un mensaje, es Cornelia, Ya estoy aquí, dice, Vicente toma sus llaves, su chamarra, y sale. Saluda a Eliazar, Qué hubo, él no responde, sólo mueve la cabeza, Que se joda, piensa Vicente. La camioneta de Cornelia, con los faros encendidos, parece una bestia feroz al acecho, amenazante en su monstruoso tamaño. Él le sonríe a ella, la saluda con un beso, todavía sigue fresco en su memoria lo que pasó el día anterior, siente el sabor de sus labios, el calor de su aliento, esta vez se contiene, no sabe por qué. Pasarán por unos amigos antes de ir al bar, Cornelia nota rara la camioneta, Esta cosa no quiere acelerar, se pone nerviosa, tiene que bajar por una rampa empinada, con un par de curvas, siempre es igual, los nervios, nunca ha pasado nada, pero esta vez es culpa de la camioneta, la transmisión falla, Cornelia pierde el control y se sale de la carretera, la camioneta se vuelca, da dos giros, y durante éstos Vicente se fa cuenta que no se abrochó el cinturón de seguridad, vaya olvidadizo, le ha costado cara su mala memoria
(FIN)
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