30/8/12

Encima de las nubes

Primero vi todo negro. No podía moverme, no podía ver nada y me empecé a desesperar. Pensé "estúpido inconsciente". Pero después, de entre una niebla densa que salió, literalmente, de la nada, me vi, desnudo, con los ojos cerrados, sonriendo, respirando tranquilo, en un jardín de flores rojas y nubes rosas, con dos espejos que, extrañamente, mostraban mi frente estando detrás de mí.

Me sorprendió mi rostro, totalmente relajado, con la sonrisa como si hubiera estado ahí toda la vida. Me sentí... tranquilo. En paz.

Después el jardín y los espejos y yo mismo empezamos a desaparecer y me vi volando, libremente, plácidamente, (saludablemente) sobre las nubes del cielo, en dirección al sol. Era una vista de primera persona, así que no me veía a mí mismo, simplemente veía lo que estaba delante de mí, el espacio abierto, el silencio, el sonido del viento, hasta sentía la suavidad de las nubes acariciando mi cara, y mi cuerpo suelto, suelto, completamente libre. Fue maravilloso.

Cuando la voz dijo que abriera los ojos, yo no quería regresar. Quería seguir volando, libre, ligero, suelto. No volver jamás. No abrir los ojos.

Pero los abrí. Y aquí estoy.

27/8/12

Paciencia


Una parte de mí quisiera tener la misma paciencia que un día tuve con el mundo y con sus habitantes. Pero siento que por más paciente que sea, nada cambia, nada mejora, todo queda en las mismas, o incluso peor. El dinero no alcanza, el país se hunde vertiginosamente, la juventud está perdida, la adultez ni se diga. La paciencia deja de ser una virtud en un mundo que cambia constantemente, se transfigura, se deforma una y otra vez.

¿Cómo vivir, entonces, sin paciencia?

Me lo sigo preguntando. Quiero encontrar la respuesta.

22/8/12

Por la calle del desengaño

"Malegría es esa dulce y a la vez amarga emoción que se tiene cuando la alegría y la melancolía se funden en una sola sensación, cuando todo parece ir bien, pero no como más nos gustaría. Es lo que sientes cuando la mujer a la que amas no está a tu lado, pero sabes que es feliz, o cuando un ser querido muere, pero no volverá a sufrir. Para nosotros no todo está bien, pero por mucho que queramos, no podría ir mejor. Ante eso, lo mejor es hacerse a la idea, resignarse".

17/8/12

Cuerpos

Cuerpos. Cuerpos desnudos. Cuerpos cantando. Cuerpos tocando. Cuerpos mirando. Cuerpos exhibidos. Cuerpos vestidos. Cuerpos polifórmicos. Cuerpos decididos. Cuerpos valientes.

Cuerpos de personas. Cuerpos de personas. Cuerpos de...

Personas.

13/8/12

La noche a lo salvaje

Cuidado
1. Empecé a caminar rumbo al metro pero luego recapacité: me encontrarías. Así que di media vuelta y me dirigí a 5 de mayo. Con los pasos rápidos, me fui como se van los taxis hasta salir a Río Churubusco. Luego crucé un puente peatonal y me bajé en el camellón, hay un sendero que tiene bancas y mesas, como para que la gente camine por ahí, así que caminé. Primero pensé: cruzaré todos los puentes y veré a dónde llego. Después pensé que me cansaría demasiado. Antes de llegar a La Viga me senté en una banca. Casi me quedo dormido. No pensaba. Sólo veía los coches pasar a toda velocidad frente a mí. Un par de veces creí que lo mejor era volver. Dar media vuelta y simplemente regresar. Pero quería saber qué era capaz de hacer. Así que me levanté de un salto y seguí caminando.

2. Caminar por Tlalpan fue mucho más cansado de lo que pensé. Todo fue bien hasta llegar al metro Chabacano. Justo antes había un puente peatonal, el primero con el que me topé: en esa avenida, la única manera de cruzar es por los pasos a desnivel, todos cerrados a esa hora de la noche. Varias patrullas se detenían unos instantes a checarme, y al ver que no iba borracho ni llevaba botellas de licor o churros, se iban sin importarles qué andaba haciendo un mozuelo como yo caminando sin rumbo a altas horas de la noche. Llegué a pensar que a la próxima patrulla que viera, le pediría que me llevara a uno de esos albergues que abren para la gente sin casa. Pero ya no vi ninguna. Digo que después del metro Chabacano empecé a sentir miedo por las trabajadoras sexuales que me salían al paso. Una se me acercó demasiado, "te la mamo", me dijo. "No, gracias", respondí, y aceleré el paso. Pero en cada esquina había o borrachos, o grupos de hombres toscos y de apariencia violenta. En San Antonio Abad empecé a toparme con los indigentes, durmiendo en plena banqueta, tapados con un periódico o un cartón. Hasta entonces me empecé a preguntar dónde dormiría yo.

3. La verdad no dormí mucho. Unos cuantos minutos. Las luces de los coches me daban en la cara, y los mosquitos no dejaban de torturarme, pero llovia mucho y yo no podía moverme de ahí. De vez en cuando la lluvia arreciaba y me tenía que poner de pie para que las gotas no me salpicaran. Pero sabía que si seguía caminando y me mojaba, me iba a morir de frío. Así que me volvía a sentar, me acurrucaba, trataba de matar a los mosquitos, de voltear la cara a la pared para no ver las luces de los coches y dormir, en ese hueco en la pared, aunque fuera unos minutos.

4. Ya salía la gente para sus trabajos. "Que triste", pensé, "levantarse tan temprano en domingo". Una lluvia muy leve seguía cayendo pero yo ya no soportaba estar quieto. Caminé por 20 de noviembre, estaba seguro que esa calle me llevaría hasta el zócalo y después podría decidir mis siguientes pasos. Me sorprendió la cantidad de indigentes que dormían, unos contra otros, cubiertos por cobijas sucias, pedazos de plástico, cartón y periódico, refugiados de la lluvia en las fachadas de los locales comerciales. De pronto, en una esquina vi un hombre parado que me preguntó la hora, me detuve porque no lo veía sin mis lentes y me volvió a preguntar "tienes la hora", no, no la tenía, "espérate, ven", me volví a dar la vuelta, "te la mamo", me dijo, me reí, "no gracias", y seguí mi camino. En la siguiente esquina giré la cabeza y me di cuenta que me seguía, así que sin pensarlo, doblé a la derecha. No estaba de humor para mamadas, literalmente. La lluvia arreció y con ella mis pasos. Di otra vez vuelta. Llegué a un parque. No estaba seguro si este camino seguiría llevándome al zócalo. El cansancio, la falta de sueño, la ofuscación de los sentidos me hicieron perder la orientación. Las calles desiertas y tenebrosas me hicieron sentir miedo. Pero de entre las tinieblas, en una vuelta que di, se alzaron los campanarios de la Catedral, y me sentí a salvo.

5. Me detuve un momento a obervar, tanto como pude sin mis lentes, el Palacio de Bellas Artes. No sé por qué lo recuerdo con tanto cariño. Me acuerdo perfecto de la noche fría que nos sentamos en la jardinera y compramos un ponche, y nos lo tomamos juntos, uno de los primeros días que estuvimos aquí. Sé que el edificio te encanta, no sé. Pero seguí caminando y caminando. Calculaba que para las 7 de la mañana ya habría llegado al metro Insurgentes. Llegué un poco antes, después de orinar en las jardineras que rodean el ángel. También me detuve frente a la casona de Amberes, el primer lugar en el que vivimos juntos. Recordé la primera noche que llegamos aquí, en el colchón inflable que Toño ya nos tenía listo. Esa noche, te abracé, miré el techo, pensé "qué carajos vamos a hacer", sin trabajo, sin dinero, sin familia aquí. Respiré hondo, "todo saldrá bien", te apreté y cerré los ojos. Lo recuerdo a la perfección. Me quedé un rato ahí, frente a la reja verda, que estaba abierta, pero no quise entrar. Seguí mi camino hasta la glorieta, donde muchos jovencitos, recién salidos del antro, esperaban a que abrieran la puerta para volver a sus casas. En un descuido del policía me pasé por los torniquetes, esperé el tren y emprendí el camino de regreso. Pero sabía que algo en mí había cambiado esa noche. O tal vez había cambiado antes, y sólo hasta entonces me daba cuenta.