
[Imagen de Flickr ("No quiero ser tu amigo, sólo tu amante"): broma]
Parece estar en la naturaleza misma de los teléfonos móviles sonar en los momentos más inoportunos, cuando de verdad queremos que nadie nos moleste, o estamos en una situación donde el silencio es requisito, pudo haber estado todo el santo día sin recibir una llamada, y justo entonces suena, por ejemplo, durante el orgasmo. Aunque, para ser sinceros, el móvil de Griselda nunca se está quieto, esta vez se le ha olvidado activar el vibrador, y yace ahí, en la mesa de noche, haciendo un tremendo escándalo y restándole al momento la pasión que merece, este buen mozo, atlético, moreno, joven, meciéndose y gruñendo, sosteniendo en alto las piernas de su amante, Espera, Julio, espera, tengo que contestar, Déjalo, implora el muchacho, con una cara de pervertido que no puede con ella, Que esperes carajo, es mi marido, fórmula más que eficiente para detener sus ímpetus adolescentes, un poco de miedo, al misterio, al engaño, a lo inmoral, o a la muerte. Bueno, cariño, no, estaba en la ducha, sí, no me he olvidado, comeré con Monchita, en el sanborns, sí, amorcito, te amo, no, cómo crees, ya vas a empezar, deja eso, en serio gordo, deja eso, ya te dije que no, por qué siempre sales con lo mismo, de verdad que contigo no se puede, vete a la mierda.
Julio ha perdido la erección, era de esperarse. Mejor te vas, Julito, estoy segura que mi marido ya viene para acá, ya me tienen harta sus celos. Le da ternura ver cómo el muchacho empieza a sudar frío, despide un olor diferente, ya no es el calor ardiente del sexo frenético, sino el ácido aroma del pánico, pobrecillo, pero él sabía lo que le esperaba, conocía las reglas del juego desde que se encontraron en la fiesta, y ella se le acercó, le propuso ser amantes, así, al grano, para qué perder el tiempo con la seducción y demás cursilerías si todo se arregla con dinero, desde cogerse a una desconocida, hasta cogerse a una mujer 40 años más grande, o las dos cosas, y Julio, pobre, tan poco listo, tan insensato, nunca pudo medir las consecuencias de aquella turbia relación, no nos refiramos a las morales, que son las de menos, sino a las vitales, a las armas de fuego, a los celos de macho del marido, que podían ser mortales, más con tantos sicarios siempre dispuestos a complacerlo. Había tenido suerte con este, los últimos tres amantes de Griselda habían terminado tirados en el monte, descuartizados o usados para dejarles “mensajes” a la policía en menos de un mes, pero Laureano no podía matarle a todos, un día se iba a dar cuenta que, ya que no podía cumplir sus deberes como hombre, era su obligación costearle los amantes para mantener contenta a su mujer. Y que no se hiciera el loco, como si él no tuviera centenares de mujeres, quién sabe cuántos hijos regados por todo el país, con esas viejas putonas, interesadas, que sacaba de los bares, hijo de su madre, es lo menos que se merece, ojo por ojo.
Con ropa parece un fracasado enclenque y ridículo, nadie sospecharía que es una bestia en la cama, a pesar de eso, Griselda disfruta tenerlo ahí, parado, temblando y esperando, atento a los sonidos de la calle, imaginando que en cualquier momento llega el marido y bang, una bala en la frente. Lo disfruta, tener a los hombres en sus manos, a sus más de sesenta años, lo que puede hacer el dinero, con los jóvenes, y el “honor” con los viejos, que maravilla esto de ser mujer. Pásame la bolsa, le dice Griselda, el joven obedece, No te vas a poner la ropa, No, Y si te encuentra tu marido así, Qué tiene, decía ella, despreocupada, mientras sacaba un fajo de billetes, lo partía en dos y le daba la mitad a Julio, Como no acabamos, me quedo con la mitad para la próxima, se le ve a Julio la contrariedad en la cara, pero qué puede hacer él, la mujer lleva las riendas aquí, si dice algo, le quita todo, o peor, lo acusa con el marido, ella es la jefa. Bueno, ya me voy. Griselda toma el celular y marca, Olga ven por favor por el técnico, ya terminó. A los pocos segundos, una muchacha de rasgos indígenas con uniforme rosa y delantal blanco aparece en la puerta, con cara de El técnico, claro. Adiós Griselda, Adiós Julito, hasta mañana. No deja de maravillarse Julio al atravesar los pasillos amplios de la mansión, con esculturas bañadas de oro y cuadros finos en las paredes, tapetes caros, jarrones lujosos, todo es ostentoso y magnífico en esta casa, y guardias por todos lados, inmóviles como las estatuas, sosteniendo los cuernos de chivo, clavándole los ojos, sospechando, tarde o temprano lo descubrirán, y será el fin, mientras a disfrutar, a fin de cuentas, la vida es corta, siempre lo ha sido. A la salida, unos hombres lo revisan, miran el interior de la mochila, algunos discos, pinzas, cables, cosas que todo reparador de computadoras traería entre sus cosas, pero a quién quiere engañar este tipo, está sentenciado desde el primer día que vino a esta casa.
[CONTINÚA]
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[Parte dos]
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