30/5/10

Morir en su cama [parte dos]


[Imagen de Flickr: "Forbidden Love", Gabriel Radic]

De la ventana ni se dieron cuenta, todo pasó tan rápido, que sólo alcanzaron a reaccionar cuando la televisión voló por los aires en mil pedazos con un estruendo imposible partiendo la tranquilidad de la cena familiar. Entre gritos, llantos y balas, los tres hijos de la familia se echaron al suelo, cubiertos por el frondoso cuerpo de la madre, mientras el padre se metía debajo de la mesa, que era lo que le quedaba más cerca. Después explotó un florero, cayeron los cuadros de las paredes, las lámparas, las balas perforaron los sillones, las paredes, incluso el techo. Pareció un momento eterno, que se alargó cuando se detuvieron los proyectiles, y entonces Julio, temblando, levantó la cabeza y miró hacia la puerta, pensando que en cualquier momento entraría un sicario y le volaría los sesos sin compasión, frente a su familia. Pero no. El sicario, uno de los más fieles a Laureano Cañedo, tenía órdenes de espantar a este mequetrefe, pero no de matar a nadie, aunque ganas no le faltaban de arrancarle los huevos a ese hijo de puta.

No se imaginó Julio la escena que se desarrolló unas horas antes en la casa de Griselda, cuando llegó el marido, gritando, enfurecido, que dónde estaba ese cabrón, que lo iba a matar, que saliera, cobarde, maricón, no que muy machito, pendejo. La mujer, en bata de dormir, salió de su recámara, furiosa, por un lado, y por el otro aliviada de haber confiado en su intuición, a pesar de las ganas que tenía de dejar al muchacho desnudo en su cama, todo el día, todo el mes, toda la vida. Qué, qué quieres que haga, le dijo Griselda, también gritando, si me tienes aquí encerrada todo el día, no me dejas salir a ningún lado, no me llevas a ningún lado, no te veo en todo el día, nada más quieres tenerme aquí, como un trofeo, como un trofeo. Los guaruras no sabían que hacer, sostenían sus armas sobre el pecho, incómodos, esperando órdenes, y ante una seña de Laureano, todos se retiraron del pasillo, mientras el esposo, conmovido, se acercaba a la mujer, con los brazos extendidos, No llores, viejita, no llores. Lo que le hizo volver la sangre hasta las orejas, fue escucharla decir, No le hagas nada, pero con todo, respondió, No, te lo prometo, tratando de controlar su ira desbordante. Después de hacer el amor fugazmente, violentamente, desesperadamente, y al quedar Griselda dormida como un ángel en la cama, Laureano se fajó los pantalones, le llamó a su sicario más fiel, y lo mando a la casa de Julio para darle una calentadita, pero con órdenes estrictas de no matar a nadie.

Su familia se fue a casa de una prima y mandaron a Julio a un hotel, en las afueras de la ciudad. Su madre fue a comprarle un boleto de autobús para mandarlo a la capital, no podía quedarse aquí, menos ahora, cómo había llegado hasta este punto, si se suponía que sólo debía cogérsela una vez y dejarla, con todo el dinero que le pudiera sacar. Pero la ambición del muchacho, la inmadurez, lo habían hecho volver a la casa un día, y el siguiente, y el siguiente, y casi todos, y la madre lo había permitido, volvía con miles de pesos, en una semana habían juntado más dinero de lo que ella podía ganar en diez años, y ahora no podía con el remordimiento de conciencia, Nada más falta que me lo maten, lloraba en los brazos de su marido, inocente de todo lo que estaba pasando, insistiendo en ir a la policía, el muy ingenuo. Julio, en el hotel, no podía dormir. Cada luz que reflejaba en la ventana, cada puerta de coche que se abría en el estacionamiento, pensaba que hasta ahí había llegado, que era el final. El sonido del teléfono móvil lo hizo sobresaltarse, sintió que el ruido lo delataría, que el sicario estaría paseándose por el pasillo, Ajá, ya te tengo. Contestó sin pensar. Hola, Hola Julito, cómo estás, era ella, Bien, y tú, Extrañándote, y un pequeño silencio, no sabía qué hacer, qué decir, Oye, mi marido no viene a dormir esta noche, por qué no me haces compañía, No sé, Griselda, es que, Es que qué, no quieres, No, sí quiero, Entonces, Nada, voy para allá, Bueno Julito, aquí te espero, apúrate, Sí. Colgó el teléfono, se puso la chamarra y salió del hotel. Morir aquí, o morir en su cama, da lo mismo.

[FIN]

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[Primera parte]

Morir en su cama [parte uno]


[Imagen de Flickr ("No quiero ser tu amigo, sólo tu amante"): broma]

Parece estar en la naturaleza misma de los teléfonos móviles sonar en los momentos más inoportunos, cuando de verdad queremos que nadie nos moleste, o estamos en una situación donde el silencio es requisito, pudo haber estado todo el santo día sin recibir una llamada, y justo entonces suena, por ejemplo, durante el orgasmo. Aunque, para ser sinceros, el móvil de Griselda nunca se está quieto, esta vez se le ha olvidado activar el vibrador, y yace ahí, en la mesa de noche, haciendo un tremendo escándalo y restándole al momento la pasión que merece, este buen mozo, atlético, moreno, joven, meciéndose y gruñendo, sosteniendo en alto las piernas de su amante, Espera, Julio, espera, tengo que contestar, Déjalo, implora el muchacho, con una cara de pervertido que no puede con ella, Que esperes carajo, es mi marido, fórmula más que eficiente para detener sus ímpetus adolescentes, un poco de miedo, al misterio, al engaño, a lo inmoral, o a la muerte. Bueno, cariño, no, estaba en la ducha, sí, no me he olvidado, comeré con Monchita, en el sanborns, sí, amorcito, te amo, no, cómo crees, ya vas a empezar, deja eso, en serio gordo, deja eso, ya te dije que no, por qué siempre sales con lo mismo, de verdad que contigo no se puede, vete a la mierda.

Julio ha perdido la erección, era de esperarse. Mejor te vas, Julito, estoy segura que mi marido ya viene para acá, ya me tienen harta sus celos. Le da ternura ver cómo el muchacho empieza a sudar frío, despide un olor diferente, ya no es el calor ardiente del sexo frenético, sino el ácido aroma del pánico, pobrecillo, pero él sabía lo que le esperaba, conocía las reglas del juego desde que se encontraron en la fiesta, y ella se le acercó, le propuso ser amantes, así, al grano, para qué perder el tiempo con la seducción y demás cursilerías si todo se arregla con dinero, desde cogerse a una desconocida, hasta cogerse a una mujer 40 años más grande, o las dos cosas, y Julio, pobre, tan poco listo, tan insensato, nunca pudo medir las consecuencias de aquella turbia relación, no nos refiramos a las morales, que son las de menos, sino a las vitales, a las armas de fuego, a los celos de macho del marido, que podían ser mortales, más con tantos sicarios siempre dispuestos a complacerlo. Había tenido suerte con este, los últimos tres amantes de Griselda habían terminado tirados en el monte, descuartizados o usados para dejarles “mensajes” a la policía en menos de un mes, pero Laureano no podía matarle a todos, un día se iba a dar cuenta que, ya que no podía cumplir sus deberes como hombre, era su obligación costearle los amantes para mantener contenta a su mujer. Y que no se hiciera el loco, como si él no tuviera centenares de mujeres, quién sabe cuántos hijos regados por todo el país, con esas viejas putonas, interesadas, que sacaba de los bares, hijo de su madre, es lo menos que se merece, ojo por ojo.

Con ropa parece un fracasado enclenque y ridículo, nadie sospecharía que es una bestia en la cama, a pesar de eso, Griselda disfruta tenerlo ahí, parado, temblando y esperando, atento a los sonidos de la calle, imaginando que en cualquier momento llega el marido y bang, una bala en la frente. Lo disfruta, tener a los hombres en sus manos, a sus más de sesenta años, lo que puede hacer el dinero, con los jóvenes, y el “honor” con los viejos, que maravilla esto de ser mujer. Pásame la bolsa, le dice Griselda, el joven obedece, No te vas a poner la ropa, No, Y si te encuentra tu marido así, Qué tiene, decía ella, despreocupada, mientras sacaba un fajo de billetes, lo partía en dos y le daba la mitad a Julio, Como no acabamos, me quedo con la mitad para la próxima, se le ve a Julio la contrariedad en la cara, pero qué puede hacer él, la mujer lleva las riendas aquí, si dice algo, le quita todo, o peor, lo acusa con el marido, ella es la jefa. Bueno, ya me voy. Griselda toma el celular y marca, Olga ven por favor por el técnico, ya terminó. A los pocos segundos, una muchacha de rasgos indígenas con uniforme rosa y delantal blanco aparece en la puerta, con cara de El técnico, claro. Adiós Griselda, Adiós Julito, hasta mañana. No deja de maravillarse Julio al atravesar los pasillos amplios de la mansión, con esculturas bañadas de oro y cuadros finos en las paredes, tapetes caros, jarrones lujosos, todo es ostentoso y magnífico en esta casa, y guardias por todos lados, inmóviles como las estatuas, sosteniendo los cuernos de chivo, clavándole los ojos, sospechando, tarde o temprano lo descubrirán, y será el fin, mientras a disfrutar, a fin de cuentas, la vida es corta, siempre lo ha sido. A la salida, unos hombres lo revisan, miran el interior de la mochila, algunos discos, pinzas, cables, cosas que todo reparador de computadoras traería entre sus cosas, pero a quién quiere engañar este tipo, está sentenciado desde el primer día que vino a esta casa.

[CONTINÚA]

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[Parte dos]

19/5/10

Veinticuatro


["24 || 25", de Libertinus]

Mi nombre es Daniel. Soy tauro, aunque la astrología me parece una burrada. Vivo en la Ciudad de México, aunque nací en Mazatlán, Sinaloa, un día como hoy, pero hace 24 años, a eso de las diez de la mañana. Pasé toda la infancia en Tijuana, hasta por ahí de los 10 años, cuando migramos a mi ciudad natal donde viví hasta que salí de la preparatoria. Entonces decidí volver a Tijuana, a estudiar la licenciatura en comunicación y publicidad. Las cosas no pasaron como tenía planeado y tuve que regresar al puerto sinaloense, donde entré en un comité de promoción de la Otra Campaña, del EZLN, y mi vida cambió. Conocí a F, e iniciamos una aventura que sigue hasta ahora, y que seguirá por mucho tiempo todavía. Aunque ahora, la primera parte está próxima a concluir, cuando por fin termine de una buena vez la carrera, ya no en comunicación, sino en antropología social (no, no busco dinosaurios, lo siento), y entonces veremos qué pasa.

Soy una persona tranquila, algo perezosa, indolente o pasiva, sobre todo cuando no le veo el caso, que es la mayor parte de las veces. Para mí la vida es como una canción. Hay partes que te gustan y partes que no, a veces estás en la mejor disposición de oírla, incluso de cantarla, a veces no, y siempre es bueno encontrar personas con quién compartirla. Soy de los que procuran ver el vaso medio lleno, aunque también disfruto divertirme, reírme de mí mismo y de los demás, no tomarme las cosas muy en serio, jugar, despreocuparme. Un poco hippie, diría yo. En algún momento quise dedicarme a escribir, en otro a dibujar, luego a la música, o al teatro, por lo que, supongo, siempre fue del tipo de los artistas. Traté de cambiar un poco con la antropología pero es imposible, ya lo dijo Evans-Pritchard, la antropología social, más que una ciencia, es un arte: el de interpretar la cultura. Tiene algo de razón, pero no toda, porque el arte a veces no es práctico, aunque bueno: lo mismo con la antropología, pero en el primer día de clases, con el discurso de Falomir, supe que había encontrado mi vocación. Quizá no sea el mejor, ni el más inteligente o creativo, pero sé que me gusta, y cuando haces algo que te gusta, vas por buen camino.

No soy mucho de cumpleaños, me he dado cuenta. No recuerdo como algo especial las piñatas que me hacían de niño, sólo esperaba los regalos. Ya más grande, prefería pasarla con unos cuantos amigos, haciendo nada, descansando o distrayéndome. En mis primeros años de adultez, la cosa ha ido peor. Sobre todo desde que entré a la universidad. Francamente no me entusiasma la fecha. Me gusta, sí, que me feliciten, que me deseen un buen día, que se alegren por mí, y lo agradezco de todo corazón, pero no creo que cumplir años sea un logro, o que merezca un premio. Ese día más bien debería conmemorarse a la madre de uno, por haber soportado el trabajo de parto. En fin. Últimamente tampoco soy mucho de fiesta. No, no me considero antisocial. Quizá un poco. Pero cuando estás lejos de la familia, sobre todo si es por decisión propia, y has hecho un compromiso, lo mejor es cuidar, lo más que se pueda, el dinero que generas. Eso y las deudas, que en lugar de reducirse se incrementan, por más pagos que uno hace. Si hay algo que no me gusta de la adultez es justamente la dependencia que esta sociedad ha creado hacia el dinero. Yo sería feliz con el sistema de trueque, la verdad.

El caso es que ha pasado un año más, y el día en que naciste es un buen día para tomarlo como referencia del tiempo transcurrido, aunque en los hechos, es sólo otro día, como cualquiera. Hay muchas personas que extraño, muchas situaciones que extraño (ahora me viene a la mente el ceviche que compraba a la salida de la primaria, qué delicia), muchos lugares a los que algún día, de ser posible, me gustaría volver a ver, muchas sensaciones que me gustaría volver a sentir, como la emoción de estar en un lugar nuevo, rodeado de gente que no conoces. Me siento muy tranquilo, muy contento con lo que tengo y con lo que he logrado, aunque sé que todavía falta, falta mucho por hacer. Pero, una vez que has encontrado a alguien con quien compartirlo todo, desde lo bueno hasta lo malo, todo parece sencillo. Se siente uno invencible, de acero. El amor se trata de muchas cosas, pero sin duda, ese es uno de sus efectos, o de sus causas, nunca se sabe, hace años que paré de intentar definirlo. Quizá, cuando empecé a sentirlo nada más.

Estar aquí, ahora, es algo por lo que debo agradecer a muchas personas, desde el momento mismo en que nací. Unos ya eran parte de mi familia cuando yo llegué a ella, otros llegaron después; gente con la que no tengo ninguna relación de sangre, pero que considero mis hermanos, o que simplemente aparecieron, me enseñaron algo y se marcharon, o quienes todavía, a la distancia, me tienen en sus más remotos recuerdos, o quienes desaparecieron para siempre, o quienes están a la espera de volver, o aquellos que siguen aquí, después de tanto tiempo, y los que recién se cruzaron en mi camino, para bien o para mal, y con quienes compartí el amor, o la comida, una cerveza, un cigarro, una película, un pedazo de vida. Todos ellos forman parte de mí, de lo que soy y de lo que me estoy volviendo, y les agradezco, con todas las fuerzas, por eso.

Gracias a todos. Y bienvenidos los que lleguen después.