28/10/09

Futuro [vol. 2]



1. Es un poco dar una última pataleada antes de llegar a la playa. Las cosas no están saliendo tan bien como yo quisiera, pero eso es lo de menos, estoy en muy buena compañía, me siento completo, feliz, agradecido por los días de sol y por los días de lluvia, y por las noches con luna y las nubladas, en fin, por todo lo que el mundo tiene para dar. Qué dirección ando, la sé, la conozco. Si fue o no mi mejor decisión, no importa ya, con tanto tramo caminado. Cuál es mi papel, qué quiero lograr, el tiempo lo dirá. No he tenido la oportunidad de desmayarme durante dos minutos y diecisiete segundos para conocer qué será de mí en seis meses, mi única salida es esperar, si me iré a un trabajo de campo o no, si elegiré un buen proyecto o no, me preocupo demasiado cuando la experiencia dicta que no es suficiente preocuparse, sino aprovechar las oportunidades cuando se presenten. ¿Y quién dice que yo aspiro al éxito profesional? Lo tengo muy claro, si no soy antropólogo, editaré videos, y si eso tampoco funciona, pues me iré de guía de turistas, todos trabajos dignos (tengo mis dudas sobre el de antropólogo), y que me ayudarán a vivir. Sólo es la sensación de que el tiempo pasa y que en realidad no he logrado nada. Ni para mí, ni para nadie.

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"¡Qué pobre memoria es aquella que sólo funciona hacia atrás!", Lewis Carroll

11/10/09

Canto a Ruy



1. Dicen que en la vida de todas las personas, llega un momento en que la muerte nos comienza a acechar en todo momento, llevándose a nuestros seres queridos, a las personas cercanas a nosotros, a nuestros vecinos, conocidos y familiares, como una epidemia de la que vamos sobreviviendo hasta que nos llegue la hora. Lo cierto es que la muerte está siempre ahí, vigilante, impetuosa, atenta a cada paso, a cada movimiento, y sucediendo todos los días, a todas las horas, en todos los instantes. Lo único constante de la vida, es la muerte, pero la sociedad del consumo (a la que últimamente le echo la culpa de todo) la ha vuelto un asunto cotidiano y tan natural como los fenómenos metereológicos, anunciando en los noticieros que ayer murieron tantas personas en un ataque terrorista, por ejemplo, y que para hoy se espera una lluvia ligera durante la noche. La muerte está, está siempre, sólo que algunas veces, se nos muestra más visible que otras.

2. Una de las funciones primordiales del pensamiento religioso (pero, según muchos antropólogos, no la única ni la que le da origen) es la de darle al hombre la esperanza de la eternidad, sembrar en su mente la idea de que, una vez que el cuerpo haya cumplido con su ciclo vital, y si es que nos hemos comportado conforme a lo dictado por los dogmas preferidos, un alma, espíritu o esencia inmaterial se desprenderá, liberada de su cárcel carnal, para ir al encuentro con lo divino y lo trascendental, que es por definición puro, imperecedero y feliz. Es un consuelo poderoso y sin duda, una buena razón para creer en un ser imaginario superior que nos libre del suplicio sin límites que provoca la pérdida de un ser querido o el pensamiento de la propia muerte. Pero, ¿qué hacemos nosotros, los incrédulos (porque es bien sabido que "ateo" es una palabra fea y un calificativo indeseable, insultante, peor que "homosexual")? ¿A qué podemos aferrarnos? ¿Cómo lidiar con el hecho concreto, impostergable, de la muerte? Confío, como siempre, en una perspectiva optimista (o positivista, como dicen en la televisión, burlándose con su ignorancia del pobre de Comte), en celebrar los recuerdos, las memorias, y los actos sucesivos que constituyeron la vida de aquellos que amamos y que se nos van muriendo, alegrándonos por la afortunada coincidencia de haberlos topado en nuestros caminos provocando un cambio de ruta, un nuevo enfoque, enseñándonos una importante lección o una nueva palabra, guiándonos con su sabiduría acumulada y poniendo en práctica sus invaluables consejos. En fin, convertir la agonía y el dolor que nos provoca la pérdida, en una felicidad basada en la celebración de la casualidad de la vida, pensar en la interminable cadena de sucesos que tuvieron que darse para que los caminos se cruzaran, y en la maravilla que eso representa en un universo del que no somos más que un pestañeo.

3. No lo conocí muy a fondo, ni muy bien. Lo que Freddy me contaba de él era suficiente para formarme en mi cabeza la idea de una persona admirable, digna de confianza, plena de fuerza y de valentía para enfrentarse con un mundo que siempre se mostró hostil y despiadado, como a todas las personas justas y comprometidas que en él habitan. Las pocas veces que lo vi, y que charlamos, capté los destellos de su sabiduría, de su rabia, de su pasión cada vez más gastada, de sus fuerzas cada día más roídas, no por las personas a su alrededor, sino por la sociedad en la que uno vive, por los fantasmas del pasado, por la maldición de la consciencia de saberse parte de esa sociedad injusta y miserable, donde puede más la corrupción y la desfachatez que la honestidad y la responsabilidad. En esta breve relación, conseguí respetarlo, admirarlo, apreciarlo y valorarlo como una persona excepcional. Duele que se haya ido así. Hasta siempre, Ruy: tu recuerdo, aunque breve, pero profundo, vivirá hasta siempre mientras sigamos haciendo eco de tu voz, mientras tus ideas y anhelos se sigan reflejando en nuestra acciones, y mientras nos empeñemos en hacer de esta sociedad un lugar mejor para todos.

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"No me llores, no/ no me llores, no/ porque si lloras yo peno/ en cambio, si tú me cantas/ yo siempre vivo/ y nunca muero..."

7/10/09

El argonauta del pacífico occidental [2 de 2]



2.

Por la noche, agotado, recogió la vela y se dejó llevar por la corriente. El mar, es verdad, era peligroso, pero si tenía que morir, moriría, sin importar los rituales o la magia. Vaya disparate, pensaba, temblando de coraje, vigilando el firmamento despejado y tranquilo, Y pensar que tantos años me equivoqué. Estaba decidido a viajar hasta encontrar una isla donde no practicaran la magia, donde pudiera vivir libre de rituales estúpidos y sinsentido, sólo ocuparse de trabajar y comer, nada de iniciaciones, ni ceremonias, ni canoas mágicas. En algún lugar de este mar debe haber un lugar así, se dijo.

Dos mil metros arriba de su cabeza, arropados por la oscuridad de la noche, los traficantes de diamantes gritaban desesperados y discutían por sus vidas. El conductor del helicóptero esperaba instrucciones, el líder de la banda, tenso, analizaba las opciones que tenían: una, arribar al puerto y entregarse sin resistencia al ejército, sabiendo que los matarían; dos, arribar al puerto y luchar contra ellos hasta morir; tres, estrellarse contra el mar y morir de todos modos. Uno de los miembros de la banda lloraba de desesperación, No quiero morir. De todos modos vamos a morir, pero podemos arruinarles el decomiso a esos imbéciles. Ordenó, al fin, que arrojaran los diamantes al mar, terminando así con su largo viaje por tierra, por agua y por aire, que prepararan sus armas y que trataran de morir dignamente, como hombres que eran. Así lo hizo el piloto.

Estaba a punto de amanecer y Najut ya cantaba victoria cuando escuchó un ruido extraño en el cielo. Miró hacia arriba pero sólo vio sorpresivas nubes de tormenta arremolinándose sobre su cabeza. Después de un trueno que partió el cielo en dos, empezaron a caer las piedras por todos lados. Eran brillantes, más duras que cualquier piedra que hubiera visto antes, cayendo con resplandor de fuego. Golpeaban por todos lados, dándole con tanta fuerza como un coco pétreo en la entrepierna, provocando que el agua se revolviera, que la canoa se agitara y que Najut pensara en la muerte. Entre el estruendo de los rayos y el incremento tempestuoso del oleaje, Najut no sabía qué hacer, sólo podía cubrirse la cabeza con los brazos y esperar que aquello terminara. Humillado y confundido, trató de convencerse de la imposibilidad de aquel acontecimiento, Esto no está pasando, repetía como único consuelo, cuando una piedra lo golpeó en la frente y lo dejó tumbado en el piso de la canoa, rodeado de la apacible oscuridad del otro mundo.

Eso creyó él cuando despertó y descubrió el mar en calma y el piso de la canoa alfombrado por una capa uniforme de piedras brillantes, afiladas como espinas. El sol le daba en la cara y la sangre seca en la frente le había dejado la piel dura. La vela, partida, no le serviría para continuar el viaje. Resignado, se lavó la cara con agua de mar y, en la transparencia de las aguas, alcanzó a ver en la profundidad una gigantesca, imposible, serpiente marina, avanzando con lentitud justo debajo de la canoa, acechándolo sedienta de sangre.

Varios cientos de metros debajo del mar, el marinero avisó al capitán que habían detectado un objeto pequeño, inmóvil, sobre la superficie, pero no podían identificarlo. El capitán, hombre patriota, preocupado por la fiabilidad del informe que presentaría al presidente de la nación sobre la situación de estas aguas nuevas y desconocidas, aunque pensaba que no sería más que basura o algas flotantes, ordenó que se acercaran lo suficiente como para mirar por el periscopio electrónico. Tuvieron que dar tres vueltas antes de emerger a la superficie, ante la mirada atónita de Najut, quien, presa del pánico, empezó a susurrar el conjuro que repelía a las serpientes marinas. Pero la gran masa negra, cuyo resplandor se confundía con el del agua salada, no se detenía. El argonauta, fuera de sí, vio cómo la boca del animal ya lo tenía al alcance cuando, sin más, su ojo negro se sumergió y la serpiente se alejó a toda velocidad, dejándolo otra vez en manos del silencio implacable del mar.

Ya con el sol descendiendo, la corriente lo llevó hasta un punto en que, más allá del horizonte, Najut alcanzó a vislumbrar una difusa capa de tierra. No era esa la isla con la que usualmente comerciaban y practicaban el Kula, pero era tierra, al fin estaría a salvo. Comenzó a remar con el brazo, víctima de un furor espontáneo, y no se percató de la nube de roca que se le acercaba por detrás hasta que vio su sombra en el agua y escuchó el estruendo de su música demoníaca. Eran las ninfómanas del mar. Desnudas sobre su nube, se deslizaban por el mar cazando a sus víctimas, los seducían con los calores propios del cuerpo y los destrozaban en sus vaginas carnívoras. En verdad, Najut las imaginaba diferentes: con cuernos y cabellos de serpiente, siete brazos y piel de calamar. Pero estas eran, sin duda gracias a sus artificios, muy parecidas a las mujeres, sólo que de piel de durazno, de cabellos de oro y con los senos pequeños y rosas. De no haber sabido que eran monstruos, Najut las habría considerado hermosas.

Las chicas, embriagadas y bajo los efectos de fuertes alucinógenos, se sorprendieron cuando encontraron en mar abierto a este pobre indígena a punto de la deshidratación. Una de ellas, verdadera pervertida como luego asegurarían sus compañeras de parranda, en especial la hija del dueño del yate en el que habían zarpado a la paradisíaca ilegalidad de las aguas internacionales, propuso que lo rescataran pues, decían, los nativos de aquellas islas extravagantes eran famosos por sus miembros inmensos y desproporcionados. Además se va a morir, dijo otra, y de inmediato entre todas buscaron una cuerda y se la lanzaron. Sólo dos o tres protestaron, Se suponía que era una fiesta de mujeres, enojadas porque creían que sus fantasías lésbicas podían hacerse realidad fuera de los ojos del mundo, pero nadie les hizo caso.

Esta vez, a Najut no le sirvieron los conjuros. Ante su resistencia para trepar por la puerta, dos de las bestias come-hombres bajaron por una escalera y lo llevaron por la fuerza al yate, donde se vio hundido y asfixiado por las pócimas más mortíferas que jamás hubiera imaginado, que le quemaban las entrañas, y rodeado de pieles sudorosas, manos imparables, lenguas curiosas, piernas sofocantes y gritos ensordecedores cuando le quitaron el taparrabos que cubría sus vergüenzas y se dieron cuenta que era verdad lo que decían de los indígenas de aquella región. Su miembro exuberante, por fortuna, fue su salvación: algunas de las mujeres, asustadas por aquella obscenidad, ni siquiera se atrevieron a tocarlo, y las que decidieron a montarse en aquel animal vigoroso no aguantaron más de una sesión. Najut pronunciaba, resignado, los conjuros contras las ninfómanas, pero nada las detenía, y entonces empezó a pedir perdón y protección a los ancestros para que le permitieran sobrevivir a la amarga y despiadada tortura de tan bárbaros demonios sexuales.

Antes que el sol saliera, se acercaron a la costa y lo dejaron ir, libre y vivo de milagro, entre risas, besos y aplausos que él no entendía. Exhausto y desamparado, se dejó caer en la arena y lloró. Pero antes de levantarse, y al ver la luz del sol iluminando esta nueva tierra con sus primeros rayos, pronunció el conjuro ritual, Permite, oh gran Babut, que mi alma se expanda por mi cuerpo como la luz del nuevo día por el cielo, para que la oscuridad me deje libre para seguir adorando a mis ancestros.

(FIN)

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[Primera parte]

3/10/09

El argonauta del pacífico occidental [1 de 2]



[Basado en "Los argonautas del Pacífico Occidental", del antropólogo polaco Bronislaw Malinowski]


1.

Su hijo murió en sus brazos una tarde cualquiera, como todas las que se sucedían sin cesar en aquel rincón olvidado de dios, y su mujer sólo aguantó la enfermedad dos meses más. A veces los niños mueren, le dijo su Maestro a manera de frío, único e insensible consuelo, y lo apresuró para llevar a cabo el entierro, no le fuera a traer mala suerte el cadáver. Najut, con la oreja ensangrentada, pareció obedecer: en silencio y sin consultar a sus parientes, cavó un hoyo en la tierra, en una esquina del patio de su choza, y colocó el pequeño cuerpo envuelto en hojas de palmera sin mencionar las palabras rituales, ante la estupefacción del pueblo entero, que lo había seguido en silencio, lo había observado cavando, lo había visto arropar a su hijo, pero nadie había movido un dedo, presas de la expectación y paralizados por semejante herejía, fascinados al mismo tiempo por la presencia descarada del mismísimo demonio. Su Maestro lo reprimió con severidad cuando empezó a echarle la tierra encima, Nuestros ancestros no nos lo perdonarán, nos condenarás a todos, a lo que Najut contestó con parquedad, Ya estamos condenados, y el consejo de ancianos, al que le sobrevivían sólo dos miembros, acordó que apenas se recuperara su mujer, este hombre peligroso sería expulsado de la isla para siempre.

No esperó a que su mujer se recuperara. Condenado al más estricto aislamiento por el resto del pueblo, sus vecinos y amigos, que ya no podían hablarle más a menos que quisieran infectarse de su impureza, sólo podían observar a Najut pasear entre los árboles de la isla en los días siguientes a su expulsión de la comunidad, lo vieron talando el árbol seleccionado sin mencionar el conjuro para la protección de la madera de las serpientes marinas; lo vieron cortarla y tallarla, pasando por alto el hechizo para la repulsión de las ninfómanas del mar, y echarla al agua sin el ritual específico para evitar la lluvia de rocas en altamar. La isla más cercana estaba a dos días de navegación, pero sus vecinos y amigos estaban convencidos de que su canoa ni siquiera lograría pasar la primera ola.

Se preguntaban entre ellos qué le habría pasado para que se volviera un hereje, pero no concebían una razón. Estaba en camino a convertirse en el sucesor de Qat, el mayor y único hechicero que la isla tenía. El Maestro Qat le había enseñado toda clase de conjuros que, de su boca, no habían fallado ni una sola vez. La infalibilidad de la magia de Najut inspiraba en la gente del pueblo un profundo respeto, pero también cierto temor. Por supuesto, les parecía extraño que anduviera por ahí, preguntando si a alguien alguna vez lo habían atacado las serpientes marinas, o si se había visto atrapado en una lluvia de rocas, o si sabía de alguien que hubiera muerto en las vaginas insaciables de las ninfómanas del mar, pero todos sabían que los hechiceros jóvenes eran por regla excéntricos y mal educados. El Maestro Qat le instaba a dejar de hacer ese tipo de preguntas, Najut nunca hizo caso, y las hacía en los momentos menos esperados, en los banquetes, en las celebraciones, en las iniciaciones de los más jóvenes, en las visitas obligadas de la mañana. Y todos temían que, si le mentían, serían víctimas de su magia, por lo que la única respuesta que obtenía era No, nunca he visto nada de eso.

La cosa es que, cuando la mujer de Najut enfermó, él mismo realizó el ritual que se hacía para que las canoas no se hundieran en medio del mar. Creyó que el efecto mágico en su futuro hijo sería el mismo que daba inmortalidad a la madera de las canoas, pero se equivocó, la magia, siempre poderosa, siempre eficaz, esta vez no tuvo efecto alguno. Cuando lloraba frente al cadáver de su hijo, le confesó a su Maestro lo que había hecho y él, enfurecido, le dijo que los conjuros que le había enseñado sólo funcionaban para el Kula, no para la gente, Hacer lo que hiciste es un sacrilegio, es querer que te den un collar a cambio de otro collar. Najut se puso como loco, su Maestro pensó que estaba poseído: gritaba, blasfemaba, decía que la magia era una estupidez, que no servía para nada y que él y los demás hechiceros lo único que hacían era engañar a la gente con poderes que no eran reales. En ese momento, el Maestro Qat le arrancó de la oreja la pluma que lo distinguía como aprendiz de hechicero. Minutos más tarde, daría un paso más y lo desterraría de la isla.

Pasados los dos meses, su mujer murió. La escena del funeral anterior se repitió, Najut cavó un hoyo, envolvió a su mujer y la cubrió de tierra sin más formalidad. Esta vez, el hechicero había prohibido a la gente acudir, así que todo el pueblo se había repartido en las chozas de los vecinos de Najut y espiaban cada movimiento con morbosidad enfermiza. Apenas acabó, se dirigió a la canoa profana que había construido. Soltó la cuerda y la echó al mar, y los vecinos, atentos desde sus cabañas, creyeron entender que lo que Najut quería era suicidarse, víctima de la lluvia de piedras. Su madre, que lo veía desde la puerta de su choza, lloró durante días enteros luego que se fue, pensando que una serpiente marina se lo comería, pero nadie hizo nada para detenerlo. Lo vieron alejarse en el horizonte, con la cara dura y sin expresión, le desearon que, al menos, no se topara con las ninfómanas de mar, los más terribles monstruos, y él, sin mirar atrás, izó la vela y emprendió el camino.

[Continúa]

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[Segunda parte]