
Hace un año, me encontraba en Tijuana, con tres materias reprobadas y la conciencia abrumándome todos los días, por haber fallado, por no haber sido fuerte y por haberme dejado arrastrar por un camino que creí podría controlar, pero no, no pude. Y haciendo el balance del año que agoniza -pues nadie ve a diciembre como otro mes más, sino como el final, el último, el magistral verdugo que corta la cabeza de otro año poco a poco, con dolor, y, por supuesto, con nostalgia-, el balance es positivo. He ganado más de lo que he perdido. He aprendido más de lo que he olvidado. He amado más, mucho más, de lo que he odiado en toda mi vida. Eso, creo yo, puede considerarse una ganancia.
Jamás podré escapar a la nostalgia, mucho menos a la que invade el inconsciente colectivo durante la época navideña. Los medios y la publicidad te hacen recordar que en algún lugar, tienes una familia, que en algún tiempo, pasaste una navidad con ella, en medio de cenas y recalentados, de oraciones y ritos absurdos, de regalos esperados con ansias y abiertos con desilusión, porque no era lo que querías, sino la copia barata, pues la economía no andaba bien por esos días. Diecinueve navidades he pasado con mi familia. Esta será la primera que, por voluntad propia, estaré ausente.
Y es que a pesar de que la nostalgia me sigue a todos lados, como una sombra que me supera, he cambiado, he crecido, he madurado, dirían algunos. Tantos ires y venires, tantos golpes, raspones y caídas, tantos tropiezos cuando ya había encontrado, suponía, el ritmo de mis pasos y la dirección de mi camino, me han convertido en un hombre diferente al precario y soberbio adolescente que una vez fui, y que se resiste a morir dentro de mí, pero he aprendido a controlarlo. Y la nostalgia, que es parte de mí desde pequeño -se me ve en los ojos, dicen quienes me conocen y se atreven a decírmelo-, ha cambiado conmigo. Ya no es ese deseo desesperado por revivir a los fantasmas y reparar lo irreparable. Ya no es la sensación de haberse quedado estancado en una época y en un lugar al que estoy obligado a regresar para completarme con esa parte que dejé. Eso sería como si la serpiente, luego de haber mudado de piel, volviera sobre sus huellas a buscarla para vestirse con ella de nuevo, al final de sus días no podría ni arrastrarse por tantas capas que ha ido volviendo a poner en su lugar.
La gente cambia, eso siempre lo supe, pero jamás lo apliqué en mí. Yo me resistía, pretendía haber cambiado pero tarde o temprano regresaba a mi origen, como una espiral que gira sobre su propio eje, y no se expande, y no abarca el espacio disponible que hay para seguir creciendo, para ocuparlo todo, para mostrarse en todo su esplendor. Qué sería del viajero incansable si al menor indicio de melancolía, cansancio o frustración, volviera a su pueblo, a sus casas y a sus gentes, a recuperar energía: jamás llegaría lejos, y pudiendo haber recorrido un camino muy largo y haber llegado muy lejos con todo lo que avanzó, decidió retroceder y recorrer pequeños fragmentos de muchos caminos diferentes. Yo no quiero eso.
Porque siento que ya me he encontrado. Que poco a poco voy descubriendo lo que soy y lo que puedo hacer. Porque estoy confiando en mi suerte y mi suerte me está consintiendo, a veces más y a veces menos, pero nunca me falla. Porque la nostalgia ya no está compuesta de añoranza, sino de satisfacción. Estoy contento con lo que hice y dejé de hacer. Estoy a gusto con lo que fui y lo que quiero ser. Estoy tranquilo con quien abandoné y con quien ahora estoy. Porque lo que no hice ya no lo puedo ser, y lo que fui me ha hecho lo que soy, y a quien abandoné le di todas las bases para que pudiese seguir sin mí, le dejé un pedazo mío, y no pienso ir a quitárselo. Yo, también, voy recogiendo partes de otros, de gente a la que quiero y a la que no, y me voy armando con esas piezas, y tomo las que me sirven y las que no las hago a un lado, y sigo caminando.
Porque ahora, en este punto de mi vida, siento que ahora sí he encontrado mi camino. Ya no ando como loco buscando no sé qué, ahora avanzo y disfruto, camino alegre, tarareando, dando saltitos, por un sendero que elegí y que no quiero abandonar, aunque a veces se ponga feo, aunque a veces se ponga difícil, no dejo de disfrutarlo, quiero seguir hasta la punta, hasta que se me acabe la vida, a ver hasta dónde llego, sé que será lejos. Y es que los caminos, al igual que los amigos, que el mar y que los días, que los números y las estrellas, no tienen final.
["Yo que era un solitario bailando me quedé sin hablar mientras tú me fuiste demostrando que el amor es bailar"]
Hijolas Dany,este post me llevo a poder ir viendote crecer de tal manera. y sí, neta que se te siente más grande, como cuando en tu cumpleaños 19 te lo comente... seras Grande, en medida de que lo creas, lo hagas posible...
ResponderBorrares un enorme gusto saber que eso, esta pasando,mi ciudad te puede enseñar taanto,camina y cuentale,escuchala y luego callala también, le debo unas palabras, no crea que no lo sé.
POr lo pronto, tienes que saber, que en mis oraciones y en mis mejores deseos estás, comprendo que al igual que esta viejajijalocaenfermaparanoicayestupida tambien jejeje que soy yo mera, estas viviendo un sueño, una idea, una esperanza....
y verás que sale bien, ya sabes que también creo en esa simple palabra que encierra mucho más que un solo concepto: Amor.
disfruta tu amor,el amor,su amor :)
Feliciddad no más mi Dany, le deseo purititaa Felicidad.
espere noticias y Cuidate, saludame a F y a mi Defe amado