
Me dice A ver, voy a usar la compu, y yo me levanto, furioso, y me voy al baño. Me miro en el espejo, noto mi respiración agitada, mis ojos inyectados de ira, mis manos tiemblan mucho más de lo normal, y entonces recuerdo. El ejercicio de la crueldad, una práctica de una llamada Tradición del Sol que aprendí en un libro hace muchos años, consiste en clavar la uña del dedo índice en el nacimiento de la uña del dedo pulgar y dejarla así hasta que el dolor sea insoportable, tratando de concentrarse en el dolor, y viendo a éste como el mismo que te causas en el interior con los sentimientos negativos, como la ira, los celos, las envidias, las depresiones, y toda esa gama de emociones que el hombre se inventó para martirizarse. Se supone que cada vez que te domina uno de estos sentimientos, al practicar el ejercicio de la crueldad, la sensación se aleja, quedas tranquilo, relajado, dispuesto a enfrentar lo que venga, y conforme lo vas realizando más seguido, esos sentimientos van desapareciendo poco a poco.
La situación lo ameritaba. Hacía años que no practicaba el ejercicio, recuerdo que tendría unos 14 ó 15 años, lo realicé durante meses y el dedo pulgar me quedó horrible, en carne viva, pero aprendí a ser mucho más paciente, tolerante y tranquilo. Y ahora me vi obligado a usarlo de nuevo, porque el amor, así como despierta sentimientos nobles y sublimes, también despierta a los viles y malvados, no hay remedio, debe haber un equilibrio, como en el resto del universo. Así que cerré los ojos, para concentrarme mejor, y clavé la uña tan fuerte como pude, y la mantuve ahí más de un minuto, hasta que sentí que el enojo se iba, reflejando el daño emocional que me hacía en el lado físico, no tenía por qué estarme soportando. Ya más tranquilo, regresé a la recámara, me senté en la silla azul, justo detrás suyo, y le hablé. Ni siquiera recuerdo qué le dije, pero sé que me respondió a la defensiva, ahora atacándome, tal vez pensando en adelantarse, mi intención no era esa, sólo quería hablar, no gritar, nos dijimos esto y aquello, se voltea de nuevo, y de nuevo me quedo mirando su nuca. Y lo vuelvo a hacer, porque no quiero que el enojo crezca. Clavo mi uña otra vez, cierro los ojos, espero a que el dolor crezca, y lo suelto. De nuevo le hablo, atraigo su cuerpo hacia el mío y lo envuelvo en un abrazo, me recargo en su cuello, empieza a hablar, a decirme que estoy equivocado, que si es egoísmo salirse de su casa, dejarlo todo para empezar de nuevo en una metrópoli, haber aceptado un trabajo de lavatrastes teniendo una licenciatura, haber soportado burlas, gritos, insultos, si eso es egoísmo, entonces es egoísta.
Yo no me refería a eso, pero igual aplicaba. Yo me refería a los pequeños detalles, que son también importantes. Lo cierto es que hoy es mucho más detallista que al principio, no sé si por mis reclamos o por convicción propia, ha de haber algo de los dos. Pero ya, después de ese terrible pseudo-pleito, no tengo otra idea en la cabeza más que ser feliz a su lado. No quiero más gritos, ni más miradas de rabia, ni más reproches... Aunque lo mismo pienso después de cada grito, de cada mirada de rabia y de cada reproche. No me desanimo, para nada, sé que sólo con voluntad podremos aprender del otro y crecer, como pareja y como personas. Tenemos metas, sueños, proyectos para el futuro, pero dejemos que el futuro llegue a nosotros, no hay que correr hacia él, ahora es tiempo de aprendizaje y consensos, es tiempo de curarnos con besos las heridas y con abrazos los raspones, es tiempo de ser hombros para llorar y aplausos para animar. Es tiempo de alzar la vista, y sonreír, porque amanece allá, en el horizonte, entre las montañas.
[Y por fin he encontrado el camino que ha de guiar mis pasos, y esta noche me espera el amor en tus labios]