26/10/06

Amanece



Me dice A ver, voy a usar la compu, y yo me levanto, furioso, y me voy al baño. Me miro en el espejo, noto mi respiración agitada, mis ojos inyectados de ira, mis manos tiemblan mucho más de lo normal, y entonces recuerdo. El ejercicio de la crueldad, una práctica de una llamada Tradición del Sol que aprendí en un libro hace muchos años, consiste en clavar la uña del dedo índice en el nacimiento de la uña del dedo pulgar y dejarla así hasta que el dolor sea insoportable, tratando de concentrarse en el dolor, y viendo a éste como el mismo que te causas en el interior con los sentimientos negativos, como la ira, los celos, las envidias, las depresiones, y toda esa gama de emociones que el hombre se inventó para martirizarse. Se supone que cada vez que te domina uno de estos sentimientos, al practicar el ejercicio de la crueldad, la sensación se aleja, quedas tranquilo, relajado, dispuesto a enfrentar lo que venga, y conforme lo vas realizando más seguido, esos sentimientos van desapareciendo poco a poco.

La situación lo ameritaba. Hacía años que no practicaba el ejercicio, recuerdo que tendría unos 14 ó 15 años, lo realicé durante meses y el dedo pulgar me quedó horrible, en carne viva, pero aprendí a ser mucho más paciente, tolerante y tranquilo. Y ahora me vi obligado a usarlo de nuevo, porque el amor, así como despierta sentimientos nobles y sublimes, también despierta a los viles y malvados, no hay remedio, debe haber un equilibrio, como en el resto del universo. Así que cerré los ojos, para concentrarme mejor, y clavé la uña tan fuerte como pude, y la mantuve ahí más de un minuto, hasta que sentí que el enojo se iba, reflejando el daño emocional que me hacía en el lado físico, no tenía por qué estarme soportando. Ya más tranquilo, regresé a la recámara, me senté en la silla azul, justo detrás suyo, y le hablé. Ni siquiera recuerdo qué le dije, pero sé que me respondió a la defensiva, ahora atacándome, tal vez pensando en adelantarse, mi intención no era esa, sólo quería hablar, no gritar, nos dijimos esto y aquello, se voltea de nuevo, y de nuevo me quedo mirando su nuca. Y lo vuelvo a hacer, porque no quiero que el enojo crezca. Clavo mi uña otra vez, cierro los ojos, espero a que el dolor crezca, y lo suelto. De nuevo le hablo, atraigo su cuerpo hacia el mío y lo envuelvo en un abrazo, me recargo en su cuello, empieza a hablar, a decirme que estoy equivocado, que si es egoísmo salirse de su casa, dejarlo todo para empezar de nuevo en una metrópoli, haber aceptado un trabajo de lavatrastes teniendo una licenciatura, haber soportado burlas, gritos, insultos, si eso es egoísmo, entonces es egoísta.

Yo no me refería a eso, pero igual aplicaba. Yo me refería a los pequeños detalles, que son también importantes. Lo cierto es que hoy es mucho más detallista que al principio, no sé si por mis reclamos o por convicción propia, ha de haber algo de los dos. Pero ya, después de ese terrible pseudo-pleito, no tengo otra idea en la cabeza más que ser feliz a su lado. No quiero más gritos, ni más miradas de rabia, ni más reproches... Aunque lo mismo pienso después de cada grito, de cada mirada de rabia y de cada reproche. No me desanimo, para nada, sé que sólo con voluntad podremos aprender del otro y crecer, como pareja y como personas. Tenemos metas, sueños, proyectos para el futuro, pero dejemos que el futuro llegue a nosotros, no hay que correr hacia él, ahora es tiempo de aprendizaje y consensos, es tiempo de curarnos con besos las heridas y con abrazos los raspones, es tiempo de ser hombros para llorar y aplausos para animar. Es tiempo de alzar la vista, y sonreír, porque amanece allá, en el horizonte, entre las montañas.

[Y por fin he encontrado el camino que ha de guiar mis pasos, y esta noche me espera el amor en tus labios]

10/10/06

Un mes



Vivimos aquí hace un mes y, creo, ya me he acostumbrado. A las llaves largas y floreadas que T. nos regaló cuando llegamos, a la puerta que se atora, al espejo de cuerpo entero. Al timbre del teléfono que conseguimos en la glorieta de Insurgentes, a la mesita con mantel blanco robada del restaurante de arriba, a los tres platos, tres vasos y tres juegos de cubiertos que no hemos tenido oportunidad de estrenar, al tic tac incansable del reloj despertador verde que se trajo, a dormir envolviendo su frágil cuerpo en un colchón inflable, a bañarme con agua calentada con una especie de bobina en un balde, al pañuelo del Che pegado a la cortina de nuestra única ventana, a la ropa doblada con riguroso cuidado en las repisas que hay a manera de clóset, al par de luces blancas que encendemos casi todo el día debido a la oscuridad de la esquina donde está nuestro cuarto...
Vamos viviendo cada día, sin planes, sin expectativas, tratando de no encerrarnos en una rutina cíclica que terminará por enfadarnos a ambos... Procuramos sorprendernos, regalarnos detalles, decirnos las cosas que ya sabemos, sólo para estar seguros. Dice que va a ser difícil irnos a Francia, que estudiar el idioma es carísimo, que ya no ofrecen becas como antes, que jamás va a poder pagar un curso de francés... Pero yo le digo que hay que tener prisa. Tenemos toda una vida por delante, tal vez el año que entra yo soy locutor de algún programa de radio, o editor de alguno de TV, y puedo pagarle eso y más... No sé. Todo lo que tuve, jamás esperé tenerlo, todo fue dándose, solito, bastaba que yo confiara, que me entregara al tiempo, que dejara que los acontecimientos siguieran su curso natural.
Quizá de haber entrado al canal 7 allá en Mazatlán, no habría tenido tiempo para hacer todo lo que pude hacer con mi trabajo de editor. Otra vez creo en el destino, y si éste me ha traído hasta aquí, con la persona con quien estoy, es por algo, lo sé, estoy seguro. Sólo hay que tener paciencia y confianza, y todo se irá dando. Conseguiremos mejores trabajos, entraremos a la escuela, conoceremos gente, compraremos cosas, tendremos dinero...
No es que yo sea un avaro ni nada por el estilo, pero en una sociedad como la nuestra, el dinero se vuelve vital. Todos vivimos en función de él, por más que lo detestemos: sin dinero no se puede comprar comida, ni boletos del metro, ni suéteres para el invierno, ni la parrilla eléctrica que nos hace falta, ni sacar del montepío la guitarra eléctrica. Tampoco se pueden pagar los exámenes de admisión a las universidades. Por eso, odio el dinero, pero sé que lo necesito, sé que debo ir a trabajar, todos los días, a una sucursal de una trasnacional de comida rápida que no hace más que golpear la economía y la salud de los mexicanos, donde me pagan una miseria, pero que necesito para sobrevivir.
No me hace feliz tener la cartera llena de billetes, nunca lo he visto así. Pero me siento más tranquilo si me voy a dormir pensando en que, si mañana tengo hambre, puedo comprarme un pan o una quesadilla. Pero nuestra economía sigue tambaléandose. Aún no hemos pagado nuestras deudas, pero eso se debe a la irregularidad de nuestros salarios, y a nuestra falta de capacidad administrativa. Con el tiempo podremos controlar mejor nuestros egresos, porque el dinero que ganamos es suficiente para vivir sin dificultades, y sin lujos. La semana pasado hasta fuimos al cine, esta semana, tal vez no nos alcance para comer todos los días... Pero no importa. Yo confío en mi buena suerte. Y ahora ya no soy nada más yo... Somos dos. Y ambos confíamos...

[Que en el centro de mi ser había un lugar... para ti]